Que la pobreza es una situación de injusticia no necesita argumentos, aunque haya aún algunos apegados a la explicación (muy americana, por cierto) del fracaso personal, del perdedor. No cabe duda tampoco de que los países que en la segunda mitad del siglo pasado construyeron el Estado de bienestar estuvieron más cerca que nunca nadie de erradicarla. Sin embargo, jamás se ha ido más allá de leyes protectoras, de subsidiar determinadas situaciones, de proporcionar servicios básicos gratuitos, etc. Hoy, después de la ridícula debacle del neoliberalismo, necesitamos dar un paso adelante, no ya recuperar el Estado de bienestar, sino algo más. Se trataría de reconocer el derecho de todo ciudadano a percibir una renta incondicional, independiente de su género, estado civil, situación familiar, riqueza o cualquier otra consideración; una renta de subsistencia que, en la máxima situación de desamparo en que pudiera caer, le permita subsistir dignamente. Hay que contemplarla como un derecho, no como un subsidio o una ayuda para pobres o desvalidos de algún tipo, por eso deben percibirla todos sin ninguna condición de edad o de situación socioeconómica.
Existen muchas críticas a esta propuesta, que no es tan nueva como podría creerse (las primeras formulaciones datan del S.XVIII), pero la que más interesa desmontar es la que asegura que es económicamente inviable. Existen varios estudios, uno de ellos el que realizaron en 2005 ARCARONS, J., BOSO, À., NOGUERA, J.A. y RAVENTÓS, D., a propósito de su viabilidad en Cataluña. Según ellos mediante una reforma en profundidad del IRPF, que establezca un tipo único (57,5%) y la exención de un tramo hasta alcanzar la cuantía de la Renta Básica, se podrían garantizar 5.400 € para los adultos y 2.700 € para los menores, manteniendo un nivel similar de cotización al de hoy salvo para las rentas más altas, que se elevaría algo[i]. Naturalmente la Renta Básica sustituiría a cualquier otra renta, subsidio o pensión pública inferior a ella.
Otra crítica que surge a primera vista, casi de modo automático, es que pocos estarían interesados en trabajar. Conviene cuidar de que no la hacemos desde el prejuicio, no sea que nos ocurra como a Trichet, Ordoñez y tantos altos ejecutivos, que sienten y manifiestan, un día sí y otro también, la necesidad de flexibilizar el mercado laboral, desde sus empleos blindados con leyes o millones de euros y sin que se les mueva un músculo de la cara; o como a muchos burgueses decimonónicos que les costaba pensar que subir los salarios a los obreros sirviera para otra cosa que para que pasaran más tiempo en la taberna o el prostíbulo. Lo cierto es que en el Estado de Alaska existe ya, financiada con un fondo soberano que se alimenta de los excedentes de la explotación de hidrocarburos, y no ocurrió nada de eso. De todos modos pienso que seguramente habría que soportar un cierto nivel de holgazanería por algunos individuos, pero nada que no hayamos visto y tolerado desde siempre entre los ricos.
La Renta Básica de Ciudadanía sería el primer intento serio de erradicación de la pobreza desde la dignidad republicana (seguramente también de la riqueza excesiva). En suma, un paso en la dirección de la justicia. No me extenderé en analizar los múltiples beneficios que aportaría, por ejemplo para la autonomía de los jóvenes y las mujeres, por no hacer interminable este post. Os dejo a vosotros la tarea como un buen ejercicio de imaginación solidaria.