
Hoy, otro momento crítico, las cosas se presentan de distinto modo. Nadie pone en cuestión el capitalismo por dos razones básicas: 1) el sistema logró ir superando algunas de sus más peligrosas contradicciones; 2) el comunismo se desprestigio en la delirante experiencia en que desembocó la revolución soviética. La presión del movimiento obrero, la deriva de parte del marxismo hacia el reformismo socialdemócrata y la propia iniciativa y capacidad de supervivencia del capitalismo se combinaron para acabar con la explotación brutal de los trabajadores –incorporándolos al sistema como consumidores además de cómo productores– y crear una sociedad de bienestar, que tuvo momentos de esplendor hace más de una década y que se convirtió en la sociedad más próspera, más justa, democrática y libre que haya existido jamás. Como esta experiencia se ha dado en el ámbito del libre mercado en el momento en que el comunismo agonizaba en medio de un colapso nada heroico, es difícil pensar en una alternativa al sistema hacia esta dirección.
Desde los gobiernos, de derechas o socialistas, las políticas que se están aplicando no difieren gran cosa, todos han optado por modelos keynesianos de intervención y de estimulo de la demanda, procurando no desmantelar lo que queda del estado de bienestar, mermado por la pasada ofensiva neoliberal, que la favorece. Las diferencias están más en el énfasis que se ponga en cada cosa o que a cada uno le interesa mostrar. La derecha española desde la oposición, en cambio, apoyada por algunas instituciones importantes (Banco de España), insiste una y otra vez en la reducción de impuestos y en la reforma del mercado laboral, recetas manidas del liberalismo, que ellos mismos se cuidarían de no aplicar si obtuvieran el gobierno.
Sólo desde la izquierda no parlamentaria, muchas veces procedentes de movimientos ciudadanos sin estructura de partidos, se están planteando propuestas novedosas, valientes y algunas muy atractivas. Me refiero a ATTAC que lleva años proponiendo el desmantelamiento de los paraísos fiscales, recogida en las últimas cumbres mundiales, aunque aún no se han visto acciones concretas, y la aplicación de una tasa mundial sobre las transferencias de capital, en un intento de humanizar la globalización domesticándola. Otra muy interesante, que en España ha sido elevada al Parlamento por IU y ERC, pero que ha surgido en otros movimientos (Red Renta Básica –RRB–, Basic Income Earth Network –BIEN–), es la implantación de una renta básica incondicional para todos y cada uno de los ciudadanos, incluidos los menores, que haría real el ejercicio de la ciudadanía sin que la pobreza lo convierta en una entelequia.
Estas propuestas reciben siempre la crítica de ser utópicas, pero todas ellas están estudiadas con detalle por expertos y la verdad es que tienen pocos flecos por controlar. No hay utopía, sino deseo de cambio y trabajo positivo y eficiente. Solo falta que les prestemos mayor atención. En el próximo post me propongo exponer los fundamentos de la Renta Básica de Ciudadanía.
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La ilustración es de Bartolomé Seguí.
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