5 ene 2010

...si tú tienes una idea...

Si tú tienes una manzana y yo tengo una manzana, e intercambiamos manzanas, entonces tanto tú como yo seguimos teniendo una manzana. Pero si tú tienes una idea y yo tengo una idea, e intercambiamos ideas, entonces ambos tenemos dos ideas. Esta reflexión, que tantas veces le habrán recordado a la ministra González Sinde estos días, se atribuye a Bernard Shaw, un personaje que si realmente fuera autor de todas las frases geniales que se le imputan y hubiera hecho valer sus derechos de autor se habría convertido en un potentado; pero es incuestionable lo que pone de manifiesto: que los bienes de naturaleza intelectual son de condición diferente a cualesquiera otros, porque no es lo mismo poseer un adosado en la Manga del Mar Menor o unas fanegas de tierra en la campiña cordobesa que tener una idea en la cabeza suceptible de ser expresada de algún modo, ni debería tener las mismas consecuencias jurídicas. J. Watt ideó una máquina de vapor, no la primera en el tiempo (el artefacto se conocía desde la época helenística y en el XVII/XVIII proliferaron los prototipos), pero sí la primera eficiente como generadora de trabajo para la industria fabril y el transporte, y la patentó; el resultado fue que la difusión de tan decisivo avance se retrasó varias décadas, concretamente hasta que decayeron los derechos del inventor. En esa época, además de la máquina de vapor, ya se había inventado el mercado capitalista y se aplicaba también, por qué no, a los bienes de la cultura, pero no siempre había sido así.

*

Qualquier omen, que lo oya, si bien trovar sopiere,
puede más y añadir et emendar si quisiere,
ande de mano en mano a quienquier quel’ pidiere,
como pella a las dueñas tómelo quien podiere.

Pues es de buen amor, emprestadlo de grado,
non desmintades su nombre, nin dedes refertado,
non le dedes por dineros vendido nin alquilado,
ca non ha grado, nin graçias, nin buen amor complado.
(1)

Estos versos son del Arcipreste de Hita en su Libro del Buen Amor, una de las joyas de la literatura temprana en castellano, y en ellos nos recomienda qué hacer con él: añadirle, enmendarle, prestarlo, darlo, pero no alquilarlo ni comprarlo. El mercado aún no había hecho presa en la literatura pero el arcipreste apostaba por la difusión sin pensar siquiera en remuneración alguna; todavía prevalecía el ingenuo afán medieval por lo colectivo, la ignorancia de lo individual.

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Con la imprenta aparecieron los primeros intereses empresariales en el libro, pero los escritores se beneficiaron poco. Cualquiera que haya abierto el Quijote o cualquier libro clásico se habrá topado con varias páginas de dedicatorias con las que el autor pagaba o reclamaba (con frecuencia servilmente) el mecenazgo de los poderosos sin cuya generosidad le era imposible vivir de su obra. Con el tiempo y el desarrollo del mercado ganaron en autonomía y libertad, aunque al fin fueron atrapados con grilletes más sutiles: el mercado es otro gran dictador. Con todo, ninguna otra situación pasada se puede decir que fuera mejor, ni para los creadores (que ahora son legión, aunque sólo una mínima fracción de ellos sean los que cubren los estantes de las librerías), ni para los lectores.

Y entonces llegó Internet. Si la imprenta fue una revolución, la informática (Internet) no lo es menos, con el añadido de que los cambios se producen a velocidad de vértigo, si lo comparamos con aquellos tiempos. Pensar que todo puede seguir igual, salvo quizás en el uso del soporte, es una enorme ingenuidad. Lo mismo que la imprenta creó el mercado de los libros Internet podría aniquilarlo o transformarlo radicalmente, situación que nos aboca al vértigo de lo desconocido generando inquietud y ansiedad. Ese es el caldo de cultivo más favorable para cometer estupideces, que es lo que muchos tememos que puede estarle ocurriendo a la ministra de cultura (sic) y a sus consejeros.

Yo no tengo la solución al dilema (una pena, porque podría registrarlo), pero, como tantos, he entrevisto los horizontes de libertad, de cultura y de cooperación desinteresada que ofrece tentadoramente el invento y no quisiera verlos frustrados por la estúpida pretensión de salvar el mercado, al que me someto a diario, pero que no es mi dios. Por eso mataría (Belén Esteban dixit).
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NOTA: Las citas las he obtenido en el blog Mangas verdes.
OTRA: A los interesados les recomiendo la visita de la página web La lista de Sinde
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(1)Cualquier hombre que lo oiga, si bien trovar supiese
puede aquí añadir más, y enmendar si quisiese,
ande de mano en mano a cualquiera que lo pidiese,
como pelota [lanzada] a las chicas tómelo quien pudiese.
Pues es de buen amor, prestadlo de buen grado,
no le neguéis su nombre ni os hagáis de rogar al darlo,
no lo deis por dinero, vendido ni alquilado,
porque no tiene gusto ni gracia, ni [hay] buen amor comprado

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La Ministra Sinde ni tiene ni se la espera tenga... la suficiente inteligencia, para ver lo que es obvio. Su desprecio por las libertades en pos de lo que es mejor para sus amiguetes subvencionados es inconmensurable. Pero es previsible dado que es una mujer del mundo de la farándula, peor es la estupidez, y la cerrazón de los políticos que la apoyan. Un saludo.

Anónimo dijo...

Por cierto, me encanta tu blog. Te enlazo con mi blog Charcos paralelos. Muy bueno el texto sobre Aminatou.

Arcadio R.C. dijo...

Angus, gracias por tu visita y tu elogio. He husmeado por tu blog con satisfacción. También yo te he puesto un enlace en el mío.
Saludos.