No descubro nada por decir que la
libertad de expresión es la columna vertebral de la democracia y que alcanza su
verdadera magnitud social al traducirse en libertad de prensa. Pero aquí es
donde surgen los principales problemas que tenemos hoy planteados en relación
con el autentico ejercicio de este derecho fundamental. La información se
realiza a través de empresas que, como todas en nuestro mundo, dependen de la
obtención de beneficios para subsistir. Es decir, están sometidas a la
competencia y a los procesos que sufre cualquier sector económico; así, en momentos de crisis como los que vivimos (hay
un salto tecnológico que está poniendo en cuestión todo el sistema), ha de
hacer frente a los procesos de concentración o tendencia a la monopolización,
que se manifiesta en absorciones y liquidaciones constantes.
A nivel mundial el dominio de unas pocas
agencias, muy escasas, es alarmante. Como cabe esperar, sus consejos de
administración no son más sensibles a los principios éticos y profesionales del
sector que a los puros y crudos intereses del capital, lo que se traduce
invariablemente en comportamientos conservadores. La opacidad que sufren
determinados procesos, la tergiversación informativa, la selección de los acontecimientos
que alcanzan el privilegio de ser llevados al gran público, el énfasis con que
se magnifican unos o se minimiza a otros y el cariz positivo o negativo con que
se trasmiten son el resultado de la ideología que emana de los gestores de los grandes
emporios informativos, casi siempre del mismo tenor.
En este momento el conflicto sirio es en
el que se manifiesta de modo más dramático esta perversión informativa. Como este tema
me preocupa sobremanera no es la primera vez que trato. Pero esa preocupación ha
sido reactivada recientemente con las noticias sobre una posible utilización de
armas químicas por parte del régimen de Bashar Al-Assad, lo que legitimaría,
como se han apresurado a anunciar desde multitud de púlpitos, una intervención
militar al estilo de la de Irak o Libia. Desde el mismo momento de su aparición
la noticia me pareció muy sospechosa, pero la unanimidad informativa parecía invatible.
Ayer, por fin, me encontré con que alguien, parece que bien informado, y con la moral del francotirador la ponía en
cuestión en Huffington
Post, de modo que, según los datos y los argumentos que aporta, los
responsables del suceso, si es que se ha producido, podrían ser los rebeldes y
no el ejército gubernamental. Tal y como sospechaba con menos información pero
usando el sentido común.
El muro que levantan las agencias, u
otros intereses puntuales, resulta casi impenetrable y nuestra voluntad de
superarlo bastante escasa. Sin embargo cuando alguien, aprovechando algún hueco
desprotegido por la trama de intereses en juego, penetra en el corazón de algún
hecho y nos lo muestra en toda su desnudez, quedamos en el acto deslumbrados
por la eficacia y la necesidad de una buena información. Es lo que hemos
sentido con el programa Salvados en el que Jordi Évole nos mostró la trama de
silencios tejida en torno al oscuro suceso del accidente del metro de Valencia,
sumido ya en el olvido.
Son las dos caras, contradictorias, de
la prensa: la vergonzante, silenciadora y tergiversadora de los medios
internacionales en el caso de Siria; la reveladora, valiente y justa del joven
periodista J. Évole. Desgraciadamente esta última se ha convertido en los
tiempos que corren en un auténtico mirlo blanco.
La
responsabilidad de los gestores de las empresas informativas es enorme, la de
los periodistas que se venden o se acomodan lamentable, la nuestra, cediendo al
chantaje ideológico o rindiéndonos a las primeras de cambio ante las
dificultades de penetrar la verdad, fundamental.
1 comentario:
Como dijo Galbraith: "Para manipular eficazmente a la gente es necesario hacer creer a todos que nadie les manipula"...
Un cordial saludo
Mark de Zabaleta
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