Cuando
Stendhal visitó Florencia sufrió un choque emocional ante la excelencia y la
acumulación de obras de arte en la ciudad: cuando salía de visitar Santa Croce
sintió palpitaciones, vértigo, confusión y un estado de ánimo que le indujo al
llanto, según cuenta él mismo. Posteriormente la medicina ha descrito estos
síntomas y los ha denominado “síndrome de Stendhal”. Se da en personas
especialmente sensibles a la belleza y al arte. Precisamente los artistas poseen
una sensibilidad por encima de lo normal. A veces, esa hipersensibilidad roza o
penetra ampliamente lo enfermizo, como son los casos tan conocidos de Van Gogh,
Dostoievsky y otros muchos.
La creación artística y la capacidad para apreciarla y vivirla
interiormente son cualidades del espíritu, sea lo que sea lo que esto
signifique. El sentimiento religioso es también una experiencia espiritual. De
hecho son fenómenos tan similares que a veces se funden de modo inseparable: la
poesía mística que nos legó S. Juan de la Cruz alcanzó la cumbre de la
literatura y de la religiosidad. Lo mismo se puede decir de artistas plásticos
como Fra Angelico, músicos, etc.
Cuesta trabajo descender de las cumbres feraces de la
espiritualidad a los yermos materiales, pero es evidente que tales facultades
humanas se generan en algún lugar del sistema nervioso. La neurociencia las ha
localizado en el lóbulo temporal, vinculado al sistema límbico, una de las
partes más antiguas de nuestro cerebro. Curiosamente esta sección responsable
de la espiritualidad, esa cualidad tan elevada que parece estar llamada a
trascender lo humano, la compartimos con otros animales, más concretamente con todos los mamíferos. Lo
que es específicamente humano es el pensamiento lógico, pero no el mundo de las
emociones.
Hoy sabemos más; por ejemplo, que unos trastornos neurológicos
que denominamos epilepsias pueden afectar a esta zona estimulándola en exceso y
dando lugar a experiencias espirituales enfermizas, que se manifiestan en el
arte, como he señalado arriba, produciendo obras extremas en su excelencia pero
logradas en medio de la confusión, la angustia o la ansiedad del artista. Resultados
similares pueden producir algunas drogas: es conocido el efecto del alcoholismo
en poetas como E. A. Poe o el uso de psicotrópicos por músicos o artistas de
todo tipo.
La experiencia religiosa se ve afectada por los mismos
fenómenos, ya que también es parte de la espiritualidad. Se ha escrito mucho
sobre el uso de productos psicoactivos por chamanes para entrar en conexión con
los espíritus; por las pitonisas de los oráculos en la antigüedad, que, en sus
trances, establecían comunicación con los dioses; o en las ceremonias del vudú
en combinación con la música rítmica para lograr estados de exaltación individuales
y colectivos. Pero se ha hablado menos de la incidencia de aquellos trastornos (epilepsias)
en la formación y desarrollo de las grandes religiones del mundo.
Sin referirnos a Jesús, del que sabemos (con certeza
histórica) demasiado poco, en los orígenes del cristianismo hay una figura
central, para muchos el verdadero creador del cristianismo como fe diferenciada
del judaísmo, Pablo de Tarso, cuya conversión, relatada por él mismo, sería hoy
diagnosticada por cualquier neurólogo no contaminado como una crisis epiléptica
típica (pérdida de conocimiento, audición de voces y ceguera temporal, incluida
la conversión fulminante e impredecible). En el Antiguo Testamento (“Tanaj”
hebreo) una buena parte de los profetas (“neviin”) ofrecen síntomas no menos
claros de alteraciones neurológicas del tipo referido o bien psicóticas.
En el siglo VII, de
nuevo un profeta, Mahoma (Muhammad), que castigaba su cuerpo con los rigores
del ayuno, comenzó a recibir revelaciones divinas por el intermedio del
arcángel Gabriel. Le llegaban en medio de crisis convulsivas en las que
arrojaba espuma por la boca mientras sus allegados le sujetaban por miedo a que
se autolesionara. Casi no se necesita ser médico para hacer el diagnóstico. Inmediatamente
después de cada una contaba oralmente a sus próximos lo que se le había
revelado. Los oyentes lo memorizaban y los que no eran ágrafos, como él, lo
escribían en hojas, cortezas, etc., lo que constituye el origen de El Corán.
La estela de la hiperreligiosidad inducida por la epilepsia
en personajes de diverso cariz no cesa en los siglos siguientes, desde una santa
mártir de acciones contundentes como Juana de Arco a la mística excelsa,
elevada a “madre de la Iglesia,” Teresa de Cepeda (Sta. Teresa de Jesús).
Cabe preguntarse cuál sería el panorama religioso en la
actualidad de haber dispuesto desde la antigüedad de un remedio eficaz contra
este trastorno neurológico.
_________________
Escribí sobre el tema en Locura y
religión va a hacer 4 años. Vuelvo sobre él estimulado por la lectura de una
conferencia del neurólogo F. J. Rubia, hallado en el conocido Blog de Antonio Piñero, que me aportó nuevos datos.
__________________
4 comentarios:
¿Cómo se puede ser científico y creyente?
Amigo Pepe, bienvenido. Es la gran pregunta, pero contestación debe tener ¿O no?
Un abrazo.
Perdona que te conteste en dos a tu comentario, pero creo que tu pregunta merecía algo más por mi parte. Aunque no sea yo un neurocientífico se me ocurre que la pregunta arranca de la razón lógica, sin embargo el sentimiento religioso anida en otra parte del cerebro como señalaba en el artículo. Aunque sea una unidad anatómica y funcionalmente esta fragmentación que procede de su génesis puede que se manifieste en tan flagrante contradicción. Bueno, es una hipótesis.
COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
EN LA CONDUCCION DIARIA
Cada señalización luminosa es un acto de conciencia
Ejemplo:
Ceder el paso a un peatón.
Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.
Poner un intermitente
Cada vez que cedes el paso a un peatón
o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.
Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.
Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.
Atentamente:
Joaquin Gorreta 55 años
Publicar un comentario