Ochenta y tres años atrás se proclamó la II República
consecuencia del agotamiento de la monarquía, por causa del mal uso que de ella
hizo su titular y del malestar social. Cinco años de exaltación política y
duros conflictos, que incluyen la revolución del treinta y cuatro, más tres de
agonía bélica en una guerra nunca declarada oficialmente (Art. 6.- España renuncia a la guerra como
instrumento de política nacional. Const.
1931). Cincuenta y nueve años antes había tenido lugar la primera experiencia
republicana tras la abdicación de Amadeo I que dejó sin otra salida al
parlamento, en donde los republicanos eran minoría. En aquella ocasión el bisoño
régimen republicano, que se debatió entre la inestabilidad política, la
insurrección carlista, la revuelta cantonalista (apoteosis del federalismo doctrinario
y anarquizante) y la guerra en Cuba sólo sobrevivió 22 meses. Martínez Campos
la liquidó manu militari cuando se ensayaba un centralismo autoritario inspirado
en la francesa III República de Mac-Mahon.
A eso queda reducida nuestra experiencia republicana. Meros
escarceos que dejaron más huella en la memoria (nostalgia) que en la historia
real. El dramático transcurrir de sus tiempos respectivos y el fin traumático
de ambas ha contribuido a su mitificación entre los que deploran, por
coherencia democrática, racionalidad política o militancia, una monarquía que
no entiende la laicidad y le cuesta adoptar modos compatibles con la modernidad,
quizás porque son de suyo incompatibles.
La monarquía hoy es un régimen residual en el mundo, pero en
sus diversas manifestaciones se pueden encontrar todas las variantes políticas
posibles, desde el parlamentarismo democrático de Occidente y Japón a las
absolutas y/o teocráticas que predominan en el mundo islámico. La misma
variedad que encontramos entre regímenes republicanos. Es más, la frontera
entre unos y otros dista mucho de ser nítida (Corea del Norte es oficialmente
una república popular pero en la práctica una monarquía absoluta y
hereditaria). Ni siquiera la condición de hereditaria es norma general
(Vaticano)
En Europa (más Japón) son parlamentarias y democráticas,
pero se conservan más por rutina política, conservadurismo ultra o simple culto
al casticismo que por una supuesta
utilidad o garantía de estabilidad. De hecho algunas de ellas deberían ser, más
bien, motivo de bochorno para sus pueblos si no fuera por un alarde de
autoestima y soberbia que no pocos confunden con el patriotismo (la británica
conserva aún girones de teocracia y de su antigua condición imperial y se rodea sin pudor de un boato circense;
nada que envidiar a la vaticana).
Soy de los que opinan que es saludable poner algo en riesgo
en aras de la racionalidad política y la lógica de los tiempos. Nada más
pedagógico y ejemplar. Sin embargo soy escéptico. Una reciente encuesta,
realizada en Andalucía al filo del 14 de abril (Imagino que, con ciertas
variantes, extrapolable al resto del país) da mayoría (por décimas) entre
jóvenes de 18 y 29 años para la opción monárquica. Ni que decir tiene que la mayoría aumenta con
la edad hasta que en edades provectas las décimas se convierten en muchos puntos.
Si, con la que está cayendo, la mayoría, incluida la juventud, se pronuncia por
la monarquía es que estamos ante el mayor fracaso de la democracia que nos
otorgamos en el 78. Si allí se aceptaba la monarquía surgida del franquismo y
fundamentada en el pasado histórico, cabía esperar, esperábamos de hecho, que
el ejercicio democrático enmendara a la larga el entuerto. Por razones
misteriosas en las que algún día habría que hurgar y estudiar, fue al revés.
En ésta nuestra sociedad la gente, o sea, el pueblo soberano,
admite sin torcer el gesto el divorcio entre racionalidad y organización del Estado,
entre laicidad y democracia, entre ética y administración…
¡Apaga y vámonos!
3 comentarios:
Siempre podemos suponer que si la juventud sigue apoyando la monarquía es porque mira demasiado la televisión. Cuatro horas diarias de media son sin duda demasiadas.
Me da la impresión de que mucha gente se rige por aquello de que "más vale malo conocido que bueno por conocer". En muchos aspectos, no sólo en este que tocas. Salud(os).
LORENZO. Me temo que esa escusa no me sirve de consuelo.
JARAMOS. Seguramente, pero tampoco parece un consuelo eficaz.
Gracias y saludos a ambos.
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