El asesinato es universal. Que una secta política o
religiosa, o ambas cosas a la vez, lo practique para sembrar el terror, puede decirse,
con las reservas que se quiera, que entra dentro de la normalidad. De sobra
estamos ‘acostumbrados’ a ello. Todos los terroristas del mundo lo hacen, con
las variantes o con la ligereza o contención que marquen las circunstancias.
Sin embargo el terror también tiene límites. Los impone la cultura, entendida
como el conjunto de convenciones que una sociedad se impone, fruto de su
experiencia histórica. Ni el más loco de los terroristas osaría violarlos, so
pena de perder todo apoyo, incluso el condicionado por el terror.
El grupo nigeriano Boko Haram (sentencia coránica que se
traduce por “la pretenciosidad es anatema”, interpretado como “la educación,” o
mejor “la educación occidental”, mejor aún “la educación occidental de las mujeres
es pecado”) tristemente famoso por el secuestro de más de doscientas niñas y el
anuncio posterior de que serían vendidas, cosa que puede haber ocurrido ya en
parte, no impacta del mismo modo en la conciencia de un occidental que en la de
sus compatriotas.
La venta de niñas, más o menos simulada con instituciones
sociales, es todavía (el adverbio quiere ser esperanza de que terminará en
algún momento) práctica habitual, no sólo en el ámbito africano. Como es
costumbre la violación a las bravas o institucionalizada en el matrimonio
forzado con menores y, por tanto, tolerada por sociedades que vuelcan toda su
comprensión hacia los varones mientras ningunea y culpabiliza a las víctimas.
La esclavización de las mujeres, a la que se llega fácilmente
desde fórmulas de marginación sexista, conduce necesariamente a excluirlas de
la cultura, de la escuela… ¿Se imagina alguien a un propietario de esclavos americano
levantando escuelas en su plantación? Y eso que a la altura del siglo XIX ya
llevábamos a la espalda siglos de refinada civilización, una eclosión humanista
(S. XV/XVI), una Ilustración (S. XVIII) y una liberadora revolución política y
social (S XVIII/XIX). Aquellos que están destinados a la explotación extrema
han de estar desprovistos de armas, materiales e intelectuales. En este asunto ¡Qué
impagable favor deben los explotadores a las religiones y sus iglesias!
Naturalmente
cualquier aberración social puede justificarse en la tradición local o en la religión
invariablemente basada en textos sagrados escritos hace más de mil o dos mil años
en comunidades obviamente muy primitivas. Pretender encontrar en ellas ni
siquiera el concepto de derechos humanos es locura. Por supuesto mujeres y
niños, sobre todo si no son varones o primogénitos, están siempre en la cola, a
un paso de ser perfectamente prescindibles o susceptibles de ser empleados (con
todas las posibilidades que encierra el vocablo) en provecho exclusivo del
núcleo familiar patriarcal.
Así pues, si el suceso es lamentable, lo es más que exista
un sustrato sociocultural donde esas acciones quepan en la mente de cualquier
aprovechado y, además, pueda realizarlas. Siempre habrá quien compre a las
niñas; al fin y al cabo, según se dice, son unos doce dólares unidad, precio fijado
por la oferta y la demanda, única ley, aparte las físicas, que rige en todas
las latitudes.
Habrá que concluir que, en efecto, hemos pecado de
pretenciosidad al suponer que aquellos a quienes masacramos, despreciamos y
explotamos por el vicio colonial iban a aceptar nuestros valores sin rechistar,
como si de un nuevo Corán se tratara. Pues no. De hecho ni siquiera entre
nosotros se acepta mayoritariamente la superioridad de los Derechos Humanos,
nacidos de la razón, sobre la moral religiosa, nacida de la fe.
Utilizando otro texto sagrado, no estaría de más que nos
esforzáramos en descubrir la viga en nuestro ojo mientras soplamos la paja en
el del prójimo.
4 comentarios:
Ese hecho del secuestro de las niñas, destinadas a ser vendidas, es el culmen -de momento- de la crueldad animal de los humanos. Difícilmente puedo representármelo en mi mente y soportar en mi interior lo que imagino sufrirán esos seres. ¿Qué han hecho ellas para padecer tanto como seguramente les espera? ¡Terrible!Para hacerme una idea aproximada, revivo mis lecturas sobre el holocausto. Dicho esto, añado una obervación, realmente insignificante en comparación con la dimensión de esa tragedia que tantísimo deploro, y además obvia, creo: no todas las religiones son iguales en su estado de evolución actual, aunque en sus comienzos se parecieran muchas. Salud(os).
Felicidades, creo que has repartido con mano maestra la parte de culpa, fariseismo y salvajismo entre todos los comensales implicados en esta, para nosotros, tragedia.
Amigo Jaramos, emocionalmente el suceso es verdaderamente insoportable y repugna a cualquier conciencia mínimamente sensible.
Las religiones son obra humana y, como tales, evolucionan, tienen una historia. Es cierto, como lo es que no todas están en el mismo estadio. Lo que me gustaría es saber si la actual actitud de las iglesias cristianas se debe a una evolución interna o a una imposición de la sociedad civil, que se ha hecho hegemónica.
Saludos.
Manolo, lo que no cabe duda es que si de este caso son responsables los que lo han ejecutado, no podemos manifestarnos como si en nuestra conciencia colectiva no hubiera peso alguno que aligerar.
Abrazos.
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