Los cientos de miles de años de evolución humana
nos permiten asegurar que nadie tuvo con nosotros ese gesto generoso
(seguramente porque nadie había). Es cierto que hay ‘revelaciones’ que presumen
proceder de la más alta sabiduría y ser esenciales para la vida, la
convivencia, la muerte y el más allá, sea lo que sea lo que eso signifique;
pero, parece evidente, a la luz de la psicología, la neurociencia y la simple
observación racional que responden más a inquietudes nacidas de nuestra
conciencia que a una auténtica revelación sobre la realidad entorno. Lo cierto
es que ninguna tiene el más mínimo parecido con la propuesta del físico, ni
serían comparables en las consecuencias, o eso creo.
La especie humana ha tenido a un caminar vacilante:
si en los siglos V y IV a.n.e. algunos griegos que especulaban sobre la physis
intuyeron, esperanzadoramente, una estructura atómica de la naturaleza –en dura
confrontación con los que relegaban lo material en beneficio de un fantasmagórico
ecosistema de las ideas al que pretendían más real que la realidad que les
mostraban sus sentidos−, en el siglo V de nuestra era ya nadie veía otra cosa
que espíritus, almas, y vida más allá de ésta, siendo así que estas cosas son
por definición imperceptibles. Agradecían a Dios que se las hubiera hecho
visibles; también que les evidenciara lo irrelevante de la observación como
método de conocimiento de la naturaleza, despreciable porque el observador por
sí sólo no ve, pensaban, y lo observado es sólo materia sensible, algo situado
en el vertedero de la creación.
La dictadura de Dios, con toda su parafernalia
ideológica, empezó a ser cuestionada en serio por la Ilustración (S. XVIII),
con armas que procedían del humanismo (S. XV) ; hoy, por fin, la omisión o
negación de personaje tan principal, ha dejado de ser cosa de chiflados o esnob
dispuestos siempre a epatar. Podemos felicitarnos de que haya prohombres que se
expresen con la racionalidad, el sentido común y la sencillez de Feynman, en la
dirección que lo hacen, sin provocar escándalo. Pero tendríamos que
escandalizarnos de la pervivencia del pensamiento mítico, incluso en el seno
mismo del staff científico, por
reducido que sea el círculo, pero también en amplísimos sectores de la sociedad
civil, y, por supuesto, de un certísimo renacimiento en el mundo islámico donde
reviste caracteres de catástrofe.
La condescendencia y mansedumbre con estas formas
‘infecciosas’ de pensamiento, en aras de la libertad de pensamiento y expresión,
amenaza con una involución cultural tan peligrosa para el género humano como
nos muestra la historia hasta la saciedad.
Los sentimientos religiosos, en sentido amplio, son
tan humanos como el pensamiento racional y lógico, pero tiene sus raíces en
estructuras cerebrales que proceden de etapas más antiguas de la evolución,
como está evidenciando la neurociencia. Nada procede de fuera de la naturaleza,
ni siquiera aquello que pretende trascenderla, en su origen o en su finalidad. Hoy,
la especie humana, está tomando conciencia plena de su naturaleza gracias a los
avances científicos, y, por primera vez, se atisba la posibilidad de tomar la
dirección consciente de su evolución cultural, si no biológica; sin embargo, el
antihumanismo religioso, que tan dolorosos capítulos de nuestra historia ha
escrito y tan profundamente ha penetrado en el cuerpo cultural de la especie, amenaza
con dejar empeño tan fundamental en manos de una entidad fantasmagórica que nos
remite con empecinamiento y sin tregua al pasado.
¿Cuál hubiera sido nuestra historia y cuál sería
nuestro presente si en lugar de vedas, avestas, génesis, evangelios o coranes
hubiéramos contado en el comienzo de la andadura, sin interferencias
indeseables, con el escueto y simple mensaje que nos proponía Feynman?
1 comentario:
Gran artículo...toda una reflexión...
Un cordial saludo
Mark de Zabaleta
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