No sé a qué temo más si a los corruptos o a los puros. Al
fin y al cabo los primeros pueden enviarse a la cárcel si sus corruptelas afectaran
a las leyes, y si sólo a las conciencias, cargarían con un baldón inhabilitante.
A los puros en cambio solo nos los podemos quitar de encima elevándolos a los
altares (Gandhi, L. King…), pero desde allí pueden seguir con la monserga ética
por los restos. Otra opción, más heavy,
es la satanización: Robespierre, un puro donde los haya, fue convertido en demonio
por sus adversarios y una historiografía perezosa, con lo que dejó de incordiar
(Como nota al margen apuntar que los tres citados fueron sacados de este mundo con violencia; en
general se toleran menos que los corruptos que no suelen pasar de la cárcel).
La vida es muy complicada, tanto que el mismísimo Creador,
si hemos de creer a los vates que nos adoctrinaron durante dos milenios, tuvo
que emplear el bien y el mal para que le saliera algo correctamente entramado.
Como esto no acabamos de comprenderlo por completo (nuestro caletre hubiera requerido una vuelta
más) nos defendemos disociando ambos materiales: aquí lo bueno y allí lo malo. Pero
la realidad desacredita una y otra vez tan ingenua artimaña. Todo
está enmarañado, mezclado. Es imposible decantar la maldad o la bondad del mejunje
químico de la conciencia. No contamos con ingenieros de la cosa, sólo con
timadores.
Una muchedumbre de políticos emergentes (la expresión me recuerda
aquellos personajes que brotaban en los huertos entre berenjenas o acelgas en Amanece, que no es
poco) justifican su presencia en la limpieza que aseguran traer a la
vida pública. Para que veamos que no hay trampa ni cartón en sus promesas los
emergentes aragoneses se han reunido para pactar en una plaza; en Extremadura
hicieron un vídeo ¡Un coñazo! El caso es que, como era de esperar, no han
acordado nada, ni unos ni otros. El más dialogante se vuelve intransigente,
falaz o evasivo si se le somete a vigilancia permanente. ¿De qué sirve empollar
la teoría de juegos, que tan de moda ha puesto Varufakis, si los supervisores son
unos palurdos que apenas llegan a la tabla del 7 y además exigen ver las cartas
a cada mano? La mentira y el secreto son odiosos, pero tan necesarios para la
vida en sociedad como tantos tóxicos que forman parte de nuestra dieta,
inseparables de nutrientes más inocuos. Ser demasiado melindrosos no nos hace
más sanos sino hipocondriacos, en política, paranoicos.
Puestos a elegir casi que prefiero un corrupto que me haría
sentir superior, por comparación, y al que seguramente podría controlar; más que
un puro que me haría sentir despreciable y que entre aleteos y levitaciones acabaría
por quedar fuera de mi alcance ¡Qué peligro!
Además, no me lo creo.
1 comentario:
Buen artículo...
“Cuánto más corrupto es el estado, más leyes tiene.”
(Tácito)
Saludos
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