Hay muchos que se muestran
encantados con la coyuntura que nos ha tocado vivir este 2015, a la que califican
de interesantísima. Pero si, como es costumbre veterana, equiparamos la vida
pública a la pista de un circo, este es el momento en que salen los payasos
para entretener al respetable mientras se prepara el número siguiente del que
entrevemos algún movimiento turbador. Por buenos que sean clowns y augustos, y estos
lo son de sobras a juzgar por lo que hacen llorar (de risa o de pena), uno no
puede olvidar que después vienen los trapecistas a ponerte el estómago en la
garganta, o el lanzador de cuchillos, escalofriante. Para que el símil se
acerque más a la realidad consideremos interactivo el espectáculo e imaginémonos
esperando los cuchillos que nos cortarán el aliento aunque salven la carne, o subiendo,
con el vértigo acuestas, a la altura y fragilidad imposibles del trapecio.
Sinceramente, para eso no pago yo una entrada.
Lo bueno del circo es que el espectáculo se acaba pronto y
si no, si a uno le abruman las palpitaciones o se aburre, se marcha y en paz.
Lo malo de la vida es que lo de marcharse no se suele contemplar, entre otras
cosas por la creencia de que nadie tiene derecho a hacérnosla incomoda, lo que
incita a la permanencia y a la lucha. Infeliz pretensión ya que los amables y
obsequiosos acomodadores del circo en la vida real se transmutan en incomodadores
cuya misión es la de sacarnos de nuestras casillas.
Bien, admitamos que el tedio político, como el ocio, es
madre de mil vicios. Quedó demostrado hasta la saciedad. Pero, considérese que
no todos amamos los deportes de riesgo o el espectáculo circense. La
regeneración necesaria no justifica el «más difícil todavía».
Los payasos nunca estuvieron en entredicho ni en el circo ni
en la política, pero no pasemos de ahí. Admitimos que un Beppe Grillo, payaso
profesional, suba en la estimación de los italianos, que un chaval, payaso
amateur esté a un paso de la alcaldía de Cádiz, que una Esperanza Aguirre,
maestra de payasos, no se vaya ni con agua hirviendo; pero, por favor, el
impacto del cuchillo a un milímetro de la oreja (Bildu en Pamplona), no; el
vértigo mareante del trapecio (Colau independentista con Podemos detrás),
menos; el horror cómico de la mujer barbuda (nacionalistas valencianos agazapados
en Compromis), igual.
No digo que volvamos a Sonrisas
y lágrimas, pero hay espectáculos interesantes sin ser ñoños y sin estrujarnos
el corazón o dejarnos sin aliento. Seamos sensatos ¿Cómo que qué es eso? Pues
sensatos ¡c…!
1 comentario:
Muy bien plasmado....
Saludos
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