Sugería Ortega que la esencia de nuestra personalidad no se
entiende si no se agregan las circunstancias. A eso podemos agarrarnos si
queremos desentrañar el misterio de por qué Rajoy es el jefe del gobierno (sé
que le gusta más Presidente, pero así, a solas, el vocablo es equívoco, sólo
preside al gobierno, no al Estado) y se mantiene después de cuatro años.
Nadie tiene menos cualidades de líder que el personaje en
cuestión, si se me aparta a mí y a algún otro que nadie conoce por lo mismo. Sólo
se me ocurre un caso parecido en la historia reciente, Franco (con perdón),
personaje insignificante y acomplejado que hizo carrera militar en las colonias,
para lo que sólo se necesitaba falta de escrúpulos y cierto arrojo; sin embargo,
se consagró (nunca mejor dicho) como líder indiscutible y providencial durante
casi cuarenta años. La vida tiene sorpresas, sorpresas tiene la vida, que diría
Pedro Navaja. Debo confesar que a su lado Rajoy es un angelito, un encanto de
criatura, que las comparaciones son odiosas y que sus expectativas no llegan a
los cuarenta años, a Dios gracias, pero reconozcamos que también comparte
algunas de sus más jodidas cualidades: intelectualmente insignificante, psíquicamente
mmm… (Maricomplejines le llamaron sus camaradas), conservador a ultranza y
pétreo en la inmovilidad. No puedo creer que esas cualidades sean las que le
han aupado y lo mantienen.
Las circunstancias. Ahí está el quid de la cuestión. Como suelen
tener causas tan variadas y numerosas que forman una masa enrevesada y laberíntica
donde pierden su individualidad, a veces las llamamos el azar. Da igual.
Fraga, un franquista reformista superado por la Transición
(no supo ver lo que venía, como Zapatero con la crisis), construyó un partido a
tono con su personalidad megalómana y la ideología que arrastraba. Las
circunstancias llevaron a que se hiciera la vista gorda sobre si el nuevo
artilugio cumplía exactamente con las exigencias democráticas que la
Constitución pedía. Así, en el partido alumbrado, el presidente, que es elegido
por cooptación (el primero por la G. de D.), tiene poderes absolutos, por
supuesto también para poner y quitar responsables y candidatos. La legítima
lucha interna, que existe en todas los partidos, aquí adquiere caracteres
maquiavélicos, secretos y sibilinos, porque no hay instrumentos que los
expliciten. Lo que predomina es la sumisión a la voluntad del líder, único medio
seguro para medrar a cualquier nivel. Como no hay mal que por bien no venga,
esta maldad produce el beneficio de la aparente granítica unidad del partido.
Fraga cooptó a Aznar, en un acto que visto ahora produce
vergüenza ajena, y éste a Rajoy después de un espectáculo en el que abusó de
suspense y alardes de poder no menos vergonzosos. Por qué el elegido fue Rajoy es
un misterio perdido en los arcanos de la psique del jefe y el laberinto de la
política casera.
Tan interiorizado tienen este mecanismo que cuando el presi
se ve forzado a hacer algunos cambios sólo se le ocurre hacer nuevamente alarde
de su potestas digital, sin
percatarse de que importan muchísimo menos los nombres que el procedimiento.
Los modos, las maneras, las formas… la democracia. No es que se acabe de
inventar, como sugieren algunos, pero ya no se toleran excepciones porque se ha
visto que los malos hábitos se filtran a las instituciones todas, oxidando el
mecanismo.
Esas son las nuevas circunstancias y hay que adaptarse.
También el personal, que, se diga lo que se diga, sigue dando mayoría a este
engendro.
1 comentario:
Y es que todos creen en lo que dijo el matemático...
"Nada se distribuye de manera más justa que el sentido común: nadie piensa que necesita más de lo que ya tiene". (Descartes)
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