La etimología nos proporciona a veces sorpresas, pero casi
siempre revelaciones interesantes: ‘extravagante’ (raro, insólito) es un
término que procede del latín tardío extravagans
– antis, participio activo de extravagari,
que significaba ‘andar errante por fuera de los límites’. Seguramente no hay un
vocablo que se oponga mejor a la expresión ‘sentido común’, que precisamente se
emplea para designar el pensamiento o la acción que está dentro de los límites
de lo razonable, es decir de aquello que puede aceptar la mayoría en un momento
y lugar determinado. Me detengo en estas dos locuciones por la reiteración con
que algunas personas, que tienen por norma apropiarse del sentido común, se
enfrentan a los pensamientos o soluciones novedosas con la repulsión que genera
lo extraño e insólito, calificando a sus portadores de extravagantes. Rajoy es
un caso de libro.
Identificar el criterio propio con el sentido común no es
una muestra de humildad, pero tampoco de sentido común. Desde luego denota una
flagrante ignorancia de los condicionantes de cualquier pensamiento: posición económica,
pertenencia de clase, formación, intereses, creencias, sentimientos… Un complejo
de tal envergadura que casi deja sin sentido al famoso sentido. Lo que es
normal o razonable para un jornalero del sur no lo es en absoluto para un
registrador de la propiedad, aunque sólo sea porque el jornalero se define por
carecer de propiedades y el otro por ser el ungido funcionario que sacraliza la
propiedad.
Cuando los límites son asfixiantes lo que se necesita es ‘andar
fuera de los límites’ explorando el mejor sitio por donde romper los muros. Uno,
porque ‘el sentido común’ no es universal, nada lo es, y dos, porque con él
sólo vagaremos por el interior hasta la locura, pero nunca nos aventuraríamos a
progresar, concepto que la derecha tiene atragantado, y que sólo acepta en la
espuria acepción de hacer engordar su cartera.
1 comentario:
Muy bien analizado...
Saludos
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