Inopinadamente, la revolución tecnológica de las últimas
décadas ha puesto a nuestra disposición instrumentos, que la generación
anterior no podía soñar y que hacen posible técnicamente el sueño de la
democracia directa. La informática tiene la potencia necesaria para ello, y
para otros desarrollos que ni siquiera atisbamos ahora. El debate está servido.
Un poco de historia. Desde los inicios de la democracia se
trató de controlar el impacto del voto popular con recursos como la
interposición de compromisarios (Constitución americana, 1887, o la española de
1812); la restricción del sufragio, reservándolo sólo a los propietarios (1890
sufragio universal masculino en España); la exclusión de las mujeres y los
jóvenes (el voto femenino se aprobó en la II República en 1931, pero la mayoría
para votar estaba aún en los 23 años y venía de los 25); la bicameralidad, en
la que el Senado, por el sistema de elección o designación de sus miembros, era
una cámara más conservadora, que sería un freno ante supuestos excesos de la
cámara baja; por último, ciertos modos y hábitos como el turnismo y
caciquismo (Restauración)… Todo ello superpuesto al sistema representativo
que nadie discutía, pero que por sí solo ya implicaba un filtro considerable
entre la voluntad de los ciudadanos y las decisiones de los gobiernos.
Ni que decir tiene que hay un anclaje teórico para toda esta
actividad de filtro y freno que podemos remontar a Montesquieu, que abominaba del
despotismo monárquico y para neutralizarlo propuso controles democráticos y,
sobre todo, la división de poderes, pero que desconfiaba del pueblo y prefería
reservar el ejercicio efectivo del poder a las clases ilustradas. Su influencia
fue decisiva en la construcción de la primera gran democracia del mundo, EE.UU.
La cuestión hoy no es la dificultad de implementar
procedimientos concretos para la introducción de la informática (existen ya
algunos modelos bien elaborados, p. e. democracia líquida) o las reservas
por una posible inseguridad en el medio (el fraude electoral y la corrupción
política son moneda corriente en los sistemas tradicionales y en algunos países
son o han sido endémicos, así que tampoco habría que ponerse demasiado estupendos
con los nuevos procedimientos). Más bien habría que preguntarse si es que
siguen siendo válidas de algún modo las reservas que hacía Montesquieu sobre la
capacidad de las masas para la conducción directa del Estado.
Desde luego los más conservadores lo tendrán claro, pero
poniéndonos en la orilla progresista podríamos hacernos algunas inquietantes
preguntas: ¿Se habría aprobado el matrimonio homosexual en España mediante una
consulta popular?; ¿Sabemos todos que Suiza, el país más próximo a una
democracia directa, fue el último de los europeos en aceptar el voto femenino (¡1971!,
después de más de veinte años de referenda negativos)?; ¿No son las consultas
populares que hacen los Estados de la Unión en USA las que mantienen en muchos
de ellos la pena de muerte y el uso generalizado de las armas? Se podrían hacer
mil preguntas como estas tres, que sólo son una muestra.
Un buen tema de reflexión.
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La
ilustración es de un caricaturista suizo que critica la decisión en referéndum de
prohibir los minaretes en las mezquitas.
1 comentario:
Toda una reflexión...
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