La batalla por el libre comercio viene librándose desde el
siglo XVIII. Desde entonces ha sido bandera para unos y aberración para otros,
sin que, hasta el momento, parezca que hayamos resuelto el dilema. Que alabemos
los logros del libre comercio dentro de la UE y en cambio saquemos uñas y
dientes ante el TTIP
(Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones), aún en fase de discusión, es
materia digna de estudio porque muestra hasta qué punto el tema está impregnado
de pasión ideológica. Toda la energía movilizadora antisistema, todos los
recursos intelectuales antiglobalización se están trasladando a este objetivo.
En España en 1842, siendo regente Espartero, liberal
y progresista, se produjo una insurrección en Barcelona que le indujo,
aficionado como era a soluciones contundentes, a bombardear la ciudad desde el
castillo de Montjuic. El detonante del levantamiento popular había sido la
negociación de un tratado de libre comercio con Inglaterra que alarmó a
industriales, comerciantes y obreros catalanes temerosos de la competencia
británica. Naturalmente el acuerdo contaba con la adhesión de los cerealistas
castellanos que veían la posibilidad cierta de irrumpir con ventaja en el
mercado británico.
Como se ve, los sectores sociales que apoyaban el libre comercio
en uno y otro caso se presentan invertidos. Es más, Espartero no coincidía con
los presupuestos ideológicos de los terratenientes castellanos, obviamente
conservadores, pero el apego inquebrantable del regente a una idea que
consideraba indisociablemente ligada al progreso junto a los intereses económicos de aquellos produjo la confluencia. Peel militaba en el conservadurismo (tory), pero no era hombre sectario y
optó por la solución que beneficiaba a la mayoría y a los sectores de futuro
contra los intereses de la influyente gentry
de raíces agrarias. Espartero era un doctrinario, en el sentido de que
seguía los presupuestos ideológicos del liberalismo de manera dogmática, y los
aliados o enemigos fueron un resultado casual. Aunque ambos actuaran en la
misma dirección es obvio que sus decisiones no tienen el mismo valor.
Saltando un siglo, en 1950, tuvo lugar la Declaración
Schuman detonante de lo que sería la UE. En ella se pone el énfasis en la
creación de un espacio económico donde circulen libremente mercancías,
capitales y personas, el medio más eficaz para crear vínculos y evitar trágicas
confrontaciones como las dos guerras mundiales. De hecho sólo es posible
entender los dos conflictos por la guerra económica previamente desatada entre
espacios cuyo fuerte proteccionismo chocaba violentamente con su afán
expansivo, sólo mitigado, pero también avivado, por la expansión imperialista, como resaltó el materialismo histórico (Hilferding, Lenin).
El éxito del Mercado Común y la proliferación de uniones
aduaneras y zonas de librecambio, así como la acción persistente durante
décadas de la OMC
y su antecesora la GATT han
desarmado arancelariamente el comercio mundial. Entre el espacio americano
(EE.UU.- Canadá) y la UE quedan ya pocas barreras arancelarias y el
levantamiento de las que restan (productos agrícolas, calzado, contratación de
obra pública…) en su mayoría beneficiaría a España porque somos más
competitivos. El énfasis de los negociadores parece centrarse en la
armonización de reglamentos y en la seguridad jurídica, donde sí que existen
graves diferencias. De llegar a buen puerto, una vez concluido el acuerdo
tendría que ser ratificado, en nuestro caso por el Parlamento Europeo, que, no
se olvide, lo hemos elegido directamente, y por el Consejo, donde están
representados los estados por sus gobiernos; en el lado americano por sus
respectivos cuerpos legislativos.
¿Es bueno o es malo el TTIP? Si las demás medidas de
librecambio, antiguas o recientes, se pueden aceptar como beneficiosas en
términos generales (nadie en su sano juicio optaría por su neutralización
ahora) ¿Por qué éste iba a ser malo? En todo caso dependerá de los términos
concretos en que se sustancie. Para valorarlo lo importante será no sustituir
un razonamiento desprejuiciado por
clichés prefabricados adquiridos en el chiringuito ideológico de la esquina,
como sugiere la moraleja que desprende el cuento de Peel y Espartero y la
experiencia posterior.
1 comentario:
Un artículo muy interesante...
Publicar un comentario