El progreso de las neurociencias es imparable, ya está a
punto de nieve la neuropolítica. Cuanto más aprendemos de conexiones neuronales
más sabemos de política. Que la derecha pepera tenga un suelo irrompible en
torno a los siete millones o que la izquierda comunista lo sitúe en menos del
millón sólo se explica porque ese
mogollón de ciudadanos tienen firmes valores en uno u otro ámbito de la
conciencia; o sea, que su complejo emocional ha consolidado un sistema de
conexiones neuronales que, en última instancia y pase lo que pase ‒corrupción,
ineficacia, irracionalidad…‒dirigirá su mano hacia la papeleta de siempre. Un
entramado de valores o de emociones que se ha ido urdiendo desde la infancia a
golpe de bioquímica, interacción con el medio e impulsos eléctricos.
Todo parece indicar
que las emociones son las que dirigen nuestra decisión política. Sin duda es por
eso que los que saben manipular las de los demás, bien sea con técnicas aprehendidas
de las artimañas publicitarias o porque tienen un don natural (carisma), son
los que se llevan el gato al agua en los momentos críticos. Las campañas
electorales buscan el punto G de nuestras emociones, no convencernos con
argumentos. Cuando nos quejamos de su escasez y del exceso de eslóganes estamos
jugando a mostrarnos no como somos sino como nos gustaría ser según la
acartonada moral políticamente correcta. Es el eslogan lo que nos llega antes y
más profundamente, los argumentos convencen pero se olvidan pronto. En todo
caso siempre podemos recurrir a otros para justificar la traición a los
primeros. Pero quien manda, manda.
En aquellos que han conservado la práctica de la
racionalidad hasta una edad provecta suelen tener una excelente maestría en su
uso, pero en la inmensa mayoría… y en la minoría también, a esas edades aflora
la emocionalidad con fuerza. Los actos en la decisión política recorren más que
nunca los caminos marcados y trillados por las emociones, dignificadas con el
manto ético de los valores. Lejos ya de influencias ajenas, incluso de la
propia razón, su voto es más ‘auténtico’, por eso más conservador. No en vano
el instinto de conservación es el más poderoso. Eso justificaría que la mayoría
opte por la derecha, pero también que una minoría se pliegue con entusiasmo a
los experimentos de sus nietos adolescentes.
Nada de esto es nuevo. Viene ocurriendo desde el principio
de los tiempos aunque haya permanecido discretamente oculto a ojos de la
mayoría que ignorábamos la razón última de nuestras preferencias, a las que
hacíamos fruto de sesuda deliberación o de aguda intuición. Todo ello antes de
que conociéramos sesgos cognitivos y otras artimañas de que se vale el
intelecto en su afán de ahorrar energía o quedar bien con sus emociones. Sin
embargo en tiempos impúdicos como los que nos ha tocado vivir todo sentimiento
parece digno de ser exhibido, y los nuevos políticos de la izquierda populista
hasta alardean de contarlos entre su armamento preferido.
Pablo Iglesias tiene poca historia pública, pero ya le hemos
visto llorar dos veces, al entrar en el Congreso y abrazado a Anguita, el
abuelo cebolleta de la super izquierda, en el acto de unión con IU; besar en
los morros a un compañero, en el centro del hemiciclo en plena sesión, de puro
no aguantar la emoción; entretener en el escaño al bebé de mamá Bescansa recién
amamantado; a veces nos obsequia con efusiones líricas y ni un solo día nos deja
ir a la cama sin algún cuento. Dicen muchos que tal derroche de expresiones de
amor es calculado. La verdad es que eso me tranquilizaría porque demostraría la
existencia de cálculo y, por tanto, inteligencia, racionalidad, en fin,
capacidades que en política se valoran bien. Lo terrible es que fueran
auténticas ¿Os imagináis un líder llorón que se mueve a impulsos del corazón?
Zapatero despertó tal entusiasmo que alcanzó once millones
de votos. Sus seguidores lo amaban, hasta despertaba amores imposibles fuera de
las fronteras; pero, de la noche a la mañana, las circunstancias (lo
sorprendieron haciendo ojitos con la troika) lo convirtieron en amante traidor.
El amor se convirtió en odio. Sólo cupo el repudio. Hoy su partido quedó en
cinco millones… y bajando. Ni se sabe cuántos encontraron otro amor con el que
esperan reorganizar sus vidas. Las emociones son así.
Sí, están ahí, no se pueden ignorar, y hasta estoy dispuesto
a admitir que son el condimento de la vida, pero por Dios, la sustancia esta
debajo. Hay que atarlas corto. Por cierto, ya que las neurociencias avanzan que es una barbaridad ¿No habrá alguien que de
clases de esto? ¿Quizás algún tutorial en la red?
2 comentarios:
Ciertamente interesante...
¡¡Súper interesante!! A razón de este tema he encontrado una empresa que analiza las emociones de algunos de los políticos que se mencionan en este artículo como Pablo Iglesias (con resultados dignos de echar un vistazo) a través del reconocimiento facial y cuyos resultados son dignos de echar un vistazo. Aquí la dejo para quien esté interesado en el tema.
http://barometropoliticoemocional.com/
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