4 jun 2016

Ciberjusticia

He tenido una pesadilla. Me enfrentaba a un juicio en el que de jurado estaba mi vecino del tercero. Era evidente que controlaba la situación y al resto de jurados, que eran anodinos y no parecían demasiado despiertos o interesados, algunos ni siquiera tenían cara, eran simples tocones de madera en una silla. A la hora de dictar sentencia se había convertido por arte de birlibirloque en el magistrado presidente. Allí estaba con la misma sonrisa prepotente y las mismas ganas de fastidiarme. Me desperté sobresaltado. Kafka tenía sueños parecidos.


¿Imagináis de juez al vecino del tercero en algo que os concierna? Pues eso ocurre todos los días a infinidad de sufridos mortales a lo largo y ancho del planeta de la justicia. Por eso la representan con los ojos vendados, para que pensemos que nunca los jueces se mostrarán parciales en sus sentencias porque harán caso omiso de sentidos y sentimientos y sólo usarán de la fría, ciega y objetiva razón. Pero yo sé, vosotros sabéis, que la razón no es un instrumento que pueda usarse sin mediación de otras potencias menos lógicas y con mayor temperatura. Los humanos constituimos unidades que no pueden desgajar determinadas funciones para que actúen autónomamente. Somos un todo indisoluble hasta la muerte. Mi antipatía por el vecino del tercero no se puede separar de la idea de que tal emoción no debería influir en mis pensamientos, parten de las mismas neuronas y nunca sabré si la una influye en la otra o la otra en la una, ni cuanto. Acabo de leer que un estudio reciente en USA ha revelado que los jueces tienden a ser más benévolos después de haber comido (1). Normal.

Aparte de a mí a más de uno se le ha debido ocurrir la idea de que la solución está en la ciberjusticia, una justicia robótica, sin sentimientos ni emociones. Sólo lógica. Te sientas en una cabina como las de fotomatón, custodiado por un ciberalguacil, das a un botón y en unos segundos sales con las esposas puestas o un ramo de flores, según te haya ido, y con la sentencia bajo el brazo. Así que ¡fuera la vana parafernalia de togas, puñetas, maderas nobles en los estrados, jergas herméticas, latinajos y legajos mohosos, todo para disfrazar de implacable, fría y serena justicia la inquina del vecino del tercero!

La capacidad de un cibercacharro de estas características para tragar información es gigantesca. No se han redactado códigos en el mundo desde Justiniano para acá que puedan saturarlo, sin contar toda la jurisprudencia habida desde las mismas fechas (la que procede de tribunales humanos está sobrevalorada y habría que aplicarle un descuento). ¿Para qué más opositores a judicatura pálidos por no tomar el sol durante los meses o años que han consumido tratando de memorizar el bosque jurídico nacional? Y luego para que tenga que dictar una sentencia en ayunas y la cague, con perdón.

Toda esa información es la base jurídica del ciberartefacto. Después se le introduce la información sobre el caso: informes policiales, peritajes, declaraciones, alegaciones, etc. Se pulsa <JUZGAR> y el programa empieza a establecer conexiones. Un breve ronroneo y ¡Zas! nos proporciona la solución adecuada. Nada más fácil, nada más limpio.

Me han asegurado que Chaves y Griñán se apuntarían al invento con los ojos cerrados; y la jueza Alaya al paro.

Kafka, los susodichos y yo mismo dormiríamos del tirón.
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(1) Ryan Calo, Robotics and the Lessons of Cyberlaw. L. Rev. 513-63 (2015).


1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Excelente propuesta de justicia real...