He tenido una pesadilla. Me enfrentaba a un juicio en el que
de jurado estaba mi vecino del tercero. Era evidente que controlaba la
situación y al resto de jurados, que eran anodinos y no parecían demasiado
despiertos o interesados, algunos ni siquiera tenían cara, eran simples tocones
de madera en una silla. A la hora de dictar sentencia se había convertido por
arte de birlibirloque en el magistrado presidente. Allí estaba con la misma
sonrisa prepotente y las mismas ganas de fastidiarme. Me desperté sobresaltado.
Kafka tenía sueños parecidos.
¿Imagináis de juez al vecino del tercero en algo que os
concierna? Pues eso ocurre todos los días a infinidad de sufridos mortales a lo
largo y ancho del planeta de la justicia. Por eso la representan con los ojos
vendados, para que pensemos que nunca los jueces se mostrarán parciales en sus
sentencias porque harán caso omiso de sentidos y sentimientos y sólo usarán de
la fría, ciega y objetiva razón. Pero yo sé, vosotros sabéis, que la razón no
es un instrumento que pueda usarse sin mediación de otras potencias menos
lógicas y con mayor temperatura. Los humanos constituimos unidades que no
pueden desgajar determinadas funciones para que actúen autónomamente. Somos un
todo indisoluble hasta la muerte. Mi antipatía por el vecino del tercero no se
puede separar de la idea de que tal emoción no debería influir en mis
pensamientos, parten de las mismas neuronas y nunca sabré si la una influye en
la otra o la otra en la una, ni cuanto. Acabo de leer que un estudio reciente
en USA ha revelado que los jueces tienden a ser más benévolos
después de haber comido (1). Normal.
La capacidad de un cibercacharro de estas características para
tragar información es gigantesca. No se han redactado códigos en el mundo desde
Justiniano para acá que puedan saturarlo, sin contar toda la jurisprudencia
habida desde las mismas fechas (la que procede de tribunales humanos está
sobrevalorada y habría que aplicarle un descuento). ¿Para qué más opositores a
judicatura pálidos por no tomar el sol durante los meses o años que han
consumido tratando de memorizar el bosque jurídico nacional? Y luego para que
tenga que dictar una sentencia en ayunas y la cague, con perdón.
Toda esa información es la base jurídica del ciberartefacto.
Después se le introduce la información sobre el caso: informes policiales,
peritajes, declaraciones, alegaciones, etc. Se pulsa <JUZGAR> y el
programa empieza a establecer conexiones. Un breve ronroneo y ¡Zas! nos
proporciona la solución adecuada. Nada más fácil, nada más limpio.
Me han asegurado que Chaves y Griñán se apuntarían al
invento con los ojos cerrados; y la jueza Alaya al paro.
Kafka, los susodichos y yo mismo dormiríamos del tirón.
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(1) Ryan Calo, Robotics and the
Lessons of Cyberlaw. L. Rev. 513-63 (2015).
1 comentario:
Excelente propuesta de justicia real...
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