Reina Victoria (1837-1901) |
En tiempos modernos ‒la historiografía británica no
distingue, como la continental, la Edad Contemporánea de la Moderna‒ y muy particularmente en el XIX, la
política del Reino Unido respecto de Europa estuvo definida por un espléndido aislamiento, expresión en
la que el adjetivo, espléndido, era decisivo. Exhibía la gloria del Imperio y
marcaba un punto de superioridad respecto del continente que los ingleses nunca
pudieron ni quisieron ocultar. El afán por conservar antiguallas, otra
característica de su idiosincrasia, quizás les haya tendido una trampa porque
queriendo resucitar aquel espléndido aislamiento puede que sólo hayan podido
rescatar aislamiento. Me refiero naturalmente al Brexit.
La demagogia y el populismo, los grandes males de la época, han
hecho su agosto utilizando con provecho el empacho que produce una excesiva
información para la escasa capacidad digestiva de capas de población con
deficiente formación pero copiosas y, por tanto, decisivas. Un paraíso para los
oportunistas que simplemente disfrutan con su capacidad de manipulación o
sirven intereses inconfesable. Peligros de la democracia directa.
Pero algo chirría en este asunto. El Reino Unido no quiso colaborar en la
creación de las Comunidades Europeas en su origen porque no creía en el
proyecto. Cuando se puso en marcha con éxito intentó contrarrestarlo creando
una unión aduanera competidora que, a la larga, resultó un fracaso. Al final se
vio obligada a solicitar su ingreso para no quedar aislada. Una vez dentro ha
sido un freno permanente a la integración y sólo ha dado su placet a cambio de obtener cada vez más privilegios, hasta llegar a una situación en que la
actitud de grandullón del patio empieza a ser insoportable para sus convecinos.
Sin embargo ahora se marcha a sabiendas de que los más perjudicados, como es obvio,
serán ellos y de que la Unión puede continuar, si logra sortear la hinchada
eurófoba que está crecida y eufórica, para hacerlos rabiar desde la otra orilla
del canal. No me lo puedo creer.
Me quedo con la sensación de que hay gato encerrado. Tengo
la certeza de que en Inglaterra hay mucho tonto, mucho ignorante, mucho
irresponsable, es probable que tantos como en el continente, que ya es decir,
pero no deja de sorprenderme su triunfo en las urnas. Es muy cierto que Inglaterra
ha sido campeona del librecambio por tradición histórica desde A. Smith y que, por
contra, la UE no se libera del intervencionismo, la prolija reglamentación y el
proteccionismo. Pero, con todo, no me pega nada que las buenas gentes de
Cornualles, por poner un lugar donde se votó masivamente el Brexit, se hayan
sentido movidas por estas inquietudes y que, en cambio, la población
universitaria, la mejor informada de las bondades del librecambio y de las
tradiciones patrias haya sido la que más lejos ha estado de querer marcharse.
Soy tan mal pensado que no puedo quitarme del coco la imagen
del sucesor de Cámeron, el que sea, poniendo cara de no haber roto un plato y
diciendo que lo que hay que hacer es negociar de nuevo porque lo que no aceptan
los británicos es la relación actual y además el referéndum no era vinculante.
Así que, porfa, que se pongan las pilas en Bruselas y a ver que pueden ofrecer
que sea más aceptable.
Espléndido aislamiento o espléndido intento, pero espléndido; o eso buscan ¿No?
1 comentario:
Muy bueno...
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