No es un secreto ni existe siquiera una duda razonable sobre
la penuria de la enseñanza en nuestro país. Casi podríamos decir que de lo único
que no carece es de problemas; un diagnóstico para el que no hay excepciones en
ninguno de sus niveles, de preescolar a los estudios de postgrado.
Recientemente la evaluación PISA ha vuelto a darnos una colleja a propósito de la secundaria.
Las polémicas que suscita esta situación han venido salvando hasta ahora el
quehacer de los profesionales que casi siempre se libran ante la opinión
pública de la responsabilidad de los malos resultados en las evaluaciones
externas, del abandono escolar y de otros males. Pero justo entonces salta el
escándalo del rector copión, un personaje que ha labrado buena parte de su
currículum académico, según clarísimos indicios, a golpe de plagio sobre
colegas, doctorandos y hasta un rabino; de lo cual se desprende que es hombre ecuánime que trata a todo el
mundo por igual, no seamos sólo negativos. La Universidad Rey Juan Carlos
lo había sentado en el sillón rectoral y
según parece va a costar descabalgarlo, si es que se consigue. En realidad en el ambiente universitario el caso no ha producido gran
escándalo, salvo entre los perjudicados, porque aprovecharse del trabajo de
otros es práctica común, por las peculiaridades del medio, y no precisamente entre alumnos.
Pero ¿quién nombra a los rectores en España? (hay que
referirse a España porque pese a la supuesta autonomía de las universidades
todas se rigen por unos principios ‘básicos’ que emanan del ministerio, que es
el que paga, por lo que parecen haber surgido por un proceso de clonación: todas
idénticas); pero, respondiendo a la pregunta: son elegidos democráticamente por el
claustro, alumnos y personal no docente (administración y servicios) en cuotas
de porcentaje de votos entre candidatos que han de ser catedráticos, o sea,
funcionarios de carrera con la citada condición ¡Ahí es nada! Con semejante procedimiento el puesto queda blindado.
En este país nunca hemos sabido muy bien qué hacer con la
democracia y a alguien se le ocurrió que en el templo del saber, que es la
universidad no podía faltar, es más, vendría de perlas. Un caso claro de
democratitis, síndrome que empezó a manifestarse en diversos sectores con
motivo o a partir de la Transición y cuyo agente patógeno ha mutado recientemente y cobrado nueva vida. Naturalmente todas las ‘virtudes’ de la
política se han instalado en la elección de rector, con la previsible consecuencia
de que ya nunca serían elegidos los más idóneos salvo por error del sistema,
sino los que mejor se manejen en el arte de las promesas y el derroche de
encanto. Hay muchos pícaros con esas cualidades, incluso tontos de solemnidad.
A las pruebas me remito. He leído en un prestigioso blog que es como si el director del museo del Prado fuera elegido por los
visitantes, o el gerente del metro por los conductores.
Es posible que haya algún otro lugar del Mundo en que la
gestión de la universidad se asemeje al modelo español (nunca me he fiado del
Mundo, la verdad), pero lo que si es cierto es que eso no le ocurre a ninguna
de las que suenan por América o Europa. Esta vez no estaría de más copiar algo.
1 comentario:
Un caso descubierto, aunque habrá muchos...
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