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Hay en la economía rincones de los que el análisis corriente apenas si se ocupa, hasta que una situación no usual los rescata de la oscuridad, sorprendiéndonos entonces, si es que eso es posible aún, la complejidad y las mil aristas que puede presentar la ciencia del dinero. Algo de esto ocurre con los llamados fondos soberanos, conocidos desde hace tiempo, contemplados con expectación, solivianto o esperanza, según las circunstancias, pero siempre rodeados de misterio y secretismo.
Se trata de reservas de capital acumuladas en algunos Estados –bien por la venta masiva de petróleo u otras materias primas, bien por un superávit sostenido en el comercio exterior–, que, para rentabilizarlas, se han venido invirtiendo en activos financieros en los mercados internacionales, con frecuencia en bonos o letras del tesoro, preferiblemente de EE.UU. Los propietarios de estos fondos son países árabes, como los Emiratos, Kuwait o Arabia; asiáticos como Singapur, Corea o China; pero también europeos como Rusia o Noruega – por qué algunos de estos países, con graves deficiencias sociales, no utilizan esos excedentes para paliarlas es un misterio que se me escapa–. Según una estimación de la Morgan Stanley el conjunto del patrimonio de los fondos supera los tres billones (españoles) de dólares; el FMI opina por su parte que en 2012 superarán los 10 billones. El listado de activos que poseen es casi siempre secreto, como sus planes de inversión u objetivos, cualesquiera que sean; de hecho sólo Noruega, por su condición democrática, gestiona con transparecia su fondo.
La crisis financiera ha provocado que, desde finales del 2007, aprovechando las dificultades de varios gigantes de las finanzas y su depreciación en la bolsa, algunos fondos hayan pasado de la deuda a la adquisición de sustanciales cantidades de activos de varias super empresas –City Group, Merry Lynch, UBS–. Nadie sabe hoy cual es el alcance real de la penetración de tales capitales en la economía americana, pero es seguro que poseen un elevado porcentaje de la deuda, además de otros muchos activos. Lo más inquietante es que, puesto que son fondos estatales, no tienen por qué tener como principal objetivo el económico –de hecho no suelen tenerlo– pero la cuestión es que las necesidades de financiación de los países desarrollados y especialmente de EE.UU., más en la crisis actual, no invita a ponerles trabas. Resulta sorprendente, que una buena parte de la deuda americana, amén de una porción significativa de su entramado financiero esté en la cartera de fondos soberanos –es decir, estatales– chinos, rusos o árabes; las consecuencias de tan insólita situación están por verse.
En Europa es creciente el recelo que despiertan, pero las necesidades de financiación son apremiantes; esto es lo que ha llevado a Sarkozy a proponer la creación de un fondo europeo destinado a invertir cuando fuere necesario en empresas de la eurozona para librarlas de la penetración de fondos soberanos indeseables; también está por ver hasta que punto será capaz la UE de desarrollar una política económica común, que supere la simple gestión monetaria.
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