La relación entre España y Marruecos ha sido siempre importante aunque a veces hayamos vivido como si al otro lado del estrecho no hubiera más que algunos enclaves españoles. En la historia reciente los agravios y ninguneos han venido más por parte de España que de Marruecos: las dos guerras de África y el protectorado son suficiente muestra de lo primero; el ninguneo se manifiesta en el hecho de ignorar incluso su existencia: al Reino de Marruecos se le niega el derecho a considerarse heredero de formaciones políticas que tuvieron lugar en su territorio en otros momentos históricos, de modo que en el debate sobre Ceuta y Melilla solemos alegar que cuando España las ocupó Marruecos no existía, y eso lo hacemos sin poner ningún reparo a una historia de España que incorpora en su devenir patrio a Viriato, Numancia, Leovigildo, el Califato o las Navas de Tolosa sin problema alguno. Evidentemente estamos aplicando criterios distintos a unos y otros.
Lo anterior no significa que me posicione al lado de Marruecos en el conflicto último a propósito del Sahara; por el contrario, la actitud de nuestro vecino no sólo me parece un error, sino, además, torpe e injusta, producto de la turbia percepción de unos políticos nacionalistas que necesitan la confrontación, a baja o alta intensidad, según convenga, para justificarse.
Marruecos es un país singular con una estructura política compleja a mitad de camino entre una monarquía absoluta y teocrática y un sistema parlamentario al estilo europeo, porque de ambos tiene parte. Lo cierto es que desde la independencia, a mediados del siglo pasado, ha gozado de una cierta estabilidad, que muchos países de su ámbito le pueden envidiar, y que en occidente se valora muy positivamente. El rechazo a la colonización y la lucha por la independencia desarrolló una ideología nacionalista que cristalizó en una formación política, el partido al-Istiqlal, o partido de la independencia, que se convirtió en la fuerza política mayoritaria. El gobierno actual es de este partido, por haber ganado las elecciones, como había ganado las anteriores y las anteriores. Aunque el monarca es de derecho un monarca absoluto, lo cierto es que ha de contar con los partidos en un tira y afloja subterráneo que no aflora. Hassan II, padre del actual monarca, al principio de su reinado y ante la necesidad de consolidarse en el trono que acababa de dejar Mohamed V, artífice de la independencia, ofreció a Franco una solución para el Sahara, que pasaría a Marruecos a cambio de dejar enterrado sine die el contencioso de Ceuta y Melilla; era un logro que quería exhibir como triunfo ante al-Istiqlal. Franco no aceptó ni entrar en negociación, con el resultado conocido de que años después el propio Hassan le arrebató la colonia en el lecho de muerte y sin contrapartida alguna, mientras que el contencioso de las llamadas plazas de soberanía pasó otra vez a primer plano. La gestión equivocada de Marruecos sobre el territorio de nuestra antigua colonia la ha incorporado hoy a los motivos de fricción entre ambos países, sin que el gobierno español tenga ya la posibilidad de ponerle fin, porque ahora la presión viene de nuestra propia opinión pública que ha interiorizado una obligación moral con los saharauis, que en otro tiempo nos combatieron con ferocidad. Todo aquí es bastante surrealista.
Al-Istiqlal es desde hace algún tiempo un partido en declive en las preferencias populares que van impulsando la escalada de un grupo islamista, a su costa, Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), y creando notable inquietud en las cancillerías extranjeras. Marruecos no permanece ajeno a la evolución de todos los países islámicos. Es normal que el nacionalismo extreme sus posiciones tratando de recuperar el favor popular, conociendo que los departamentos de exterior de sus grandes aliados (USA, Francia, incluso España) lo prefieren.
Pero mientras los nacionalistas estén en el gobierno no cabe esperar alivio, periódicamente tendremos crisis, basadas unas veces en hechos reales desgraciados y magnificados, o inventados, como los últimos en la frontera de Melilla. El nacionalismo necesita enemigos, agravios actuales o históricos, reales o ficticios, para justificarse, si no los hay los creará. El marroquí funciona como cualquier otro: desde el nacionalismo hitleriano al vasco o catalán es siempre la misma historia, y su radicalismo o su respeto a las formas democráticas sólo dependerá de las circunstancias. Por desgracia en este caso, por la historia y por la geografía, nosotros estamos en el punto de mira.
Tengo la esperanza de que en la relación con Marruecos no nos dejemos llevar ni por un ingenuo progresismo ni por un nacionalismo contestación del que nos ataca, y que prevalezcan el sentido común, el respeto a los derechos humanos, nuestro interés y el respeto por los intereses ajenos, en la medida en que sea posible compaginarlo todo. Dada la complejidad del problema las soluciones simplistas que nos regalan a docenas en la prensa y en la barra del bar no son soluciones.
4 comentarios:
Una lección más de historia y de geopolítica. Gracias.
Permíteme que te exponga brevemente una idea que hace días se me pasó por la cabeza y que me dejó un amargo sentido de culpa: dudé si los saharauis no están empecinados en una meta que, dadas sus fuerzas, recursos y apoyos, es poco menos que imposible (tal vez arrastrados por el Frente Polisario). Esta mañana, en una emisora, no recuerdo cuál, he oído a alguien, supongo que más preparado que yo, decir lo mismo. Ya siento menos culpa, pero tengo las mismas dudas. Saludos.
P.S.: ¿Cómo consigues que aparezca un marco en las fotos o imágenes en general que insertas?
No sé, yo lo dudo, si alguna vez lograrán su independencia porque eso depende de muchos factores, no sólo de su fuerza; de lo que sí estoy convencido es de que si lo consiguieran el Estado al que aspiran sería inviable a causa de la enormidad del territorio y la escasez de la población. Sin duda caería bajo la órbita de otro ¿Argelia? Esa es la cuestión que a mí se me antoja clave.
Respecto al marco de las ilustraciones no puedo decirte nada porque ni siquiera había reparado en ello. Ni sé como hacer para que salga ni para que no salga. Pero te prometo investigarlo.
Un aspecto lamentable de estas relaciones tan delicadas con Marruecos es que nuestros partidos de la oposición pese a que son plenamente conscientes de ello, se dedican a echar más leña al fuego encendiendo lo ánimos de la gente. Cuando esos partidos son conscientes de que si estuvieran ellos en el poder no podrían hacer otra cosa que la que hace el gobierno de turno. Y es que la irresponsabilidad de los políticos es un hecho lamentable que tenemos que sufrir.
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