De la fantasmagórica Comisión
Trilateral salió a poco de su creación un informe (1975) sobre la crisis y
los problemas de gobernabilidad de las democracias liberales en los países
centrales, que A.J. Aguiló resume así en Democracia
y hegemonía…:
«Los relatores llegaron
a una conclusión inquietante: una de las principales causas de la crisis de
gobernabilidad de las democracias de los países desarrollados era «la expansión
democrática de la participación y compromiso políticos», que había creado una
«sobrecarga» en el gobierno, así como «una expansión desequilibrada» de sus
actividades. La crisis se debía en buena parte a un «exceso de democracia»,
hecho [que] contribuyó a aumentar los conflictos sociales, poner en riesgo la
continuidad del sistema y generar un exceso de demandas a las que el Estado se
vio obligado a dar respuesta, produciendo una crisis fiscal que bloqueó su
funcionamiento. (…) el informe sugiere adoptar políticas orientadas a limitar
la capacidad ciudadana para reivindicar demandas democratizadoras y, por
consiguiente, restringir el alcance de la democracia política, desmovilizar a
la población, desactivar las manifestaciones de protesta y generar apatía
política. »
El texto es claro sobre las preferencias de los guardianes y
diseñadores del sistema político del capitalismo globalizado por una democracia
blanda en la que los ciudadanos hagan su aparición cada cierto tiempo para
elegir a sus gobernantes y poco más. Cualquier participación más activa pone en
peligro la estabilidad política y económica. Muy pocos años después de la
redacción del informe comenzaría la ofensiva neoliberal (Reagan/Thatcher).
La amenaza de Chávez y los regímenes populares (¿populistas?) de izquierdas que han surgido
en América después de la debacle
económica y social generada por las imposiciones del FMI (años 90), consiste en
que han instaurado democracias fuertes, con masiva y entusiasta participación popular,
poniendo en cuestión el modelo de democracia liberal que, desde las potencias
centrales del sistema, se pretende universal.
Sin embargo ninguno de tales regímenes ha eliminado el sistema de
representación para sustituirlo por una dictadura, antes bien, han redactado
nuevas constituciones que profundizan en las garantías democráticas. Todas ellos
han consolidado el poder con el voto popular masivo y participaciones ciudadanas abrumadoras si se comparan con los acontecimientos electorales en las potencias
centrales. Ninguno de ellos ha cuestionado el sistema de libre mercado, pero sí
han volcado los recursos de sus Estados en beneficio de clases atávicamente
explotadas. Si alguien en la zona ha visto amenazados los cimientos de su
posición han sido los acaudalados, que ancestralmente han ejercido en toda la
América latina una expoliación criminal, y algunas multinacionales.
Pero sí, todos ellos presentan fallas en sus estructuras
institucionales (¿aquí no?); ninguno escapa a un cierto personalismo o
caudillismo en la dirección del régimen (nosotros, en cambio, tenemos un índice
de desafección histórico respecto a los
dirigentes); en todos se han cometido errores económicos o de otro tipo que
deberían ser corregidos (¡vaya rareza!); ninguno escapa a la carga emocional de
una política liberadora y con fuertes ribetes populistas, que sus dirigentes,
antes de mitigar, estimulan (aquí no existe tal peligro porque la mayoría ni
siquiera se siente representada, ni mal ni bien, por los políticos).
La debilidad de los argumentos en nuestras manos para descalificarlos
hace que no tengamos cosa que decir salvo recurrir al consabido: ¿Por qué no te callas?
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Ilustración de Julio Lemos: Celebración del
bicentenario
3 comentarios:
Interesante puntualización !
No todo lo hizo mal ...
Mark de Zabaleta
Un placer pasar por aquí, como siempre. Cordial saldo, profesor.
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