Necesitaríamos
un psicoanalista amén de un politólogo para explicarnos los silencios de
Mariano Rajoy. El último y más sorprendente es el que mantiene sobre la
designación de candidatos para las europeas. En un momento en que todas las
formaciones políticas hacen espectaculares aspavientos para convencernos de que
somos nosotros los que elegimos a los candidatos mediante primarias, previas o
como se las quiera llamar, el PP se ufana de su tradicional sistema autoritario
de designación, manteniendo a todos, incluidos ellos mismos, sobre todo a ellos
mismos, pendientes de la decisión de su presidente.
En una formación con tintes autocráticos es fundamental que
sus dirigentes dejen bien sentado el principio de autoridad. Tengo para mí que
en este caso el presidente está haciendo un alarde de poder ante su propia clientela.
La demora excesiva y el silencio absoluto no es sino el modo más espectacular
de dejar bien sentado quién es quién manda. El presidente lo necesita políticamente,
pero, quizás, también psicológicamente.
La derecha española es muy peculiar, ostenta dos
características que no aparecen en formaciones de nuestro entorno, a saber:
reflejos autoritarios, que si no pueden filtrarse libremente en sus políticas
si se manifiestan con nitidez en su organización; y la unidad, que,
sorprendentemente, nos presenta encuadrados cómodamente (¿?) en una sola
organización a fascistas, democristianos, librepensadores, socialcristianos,
liberales, monárquicos…
Ambas características proceden del franquismo. En una
primera etapa toda la derecha, incluida la republicana, se acomodó bajo la bandera
del fascismo (la guerra no se hizo contra la República sino que fue un nítido
episodio de la lucha de clases, el enemigo era la izquierda), posteriormente
tras la derrota internacional del fascismo fueron surgiendo otras hegemonías. La
iglesia, siempre en candelero, proporcionó la última, el Opus, que hegemonizó
los gobiernos de Franco calificados de tecnócratas en un intento de resaltar
una inverosímil neutralidad política. Curiosamente están otra vez presentes en
el gobierno Rajoy, ya no como tecnócratas sino con su recuperado perfil
reaccionario. Lo cierto es que nadie salió del redil, faltaría más.
Como he escrito en otros artículos la transición fue
iniciativa de un sector de políticos/funcionarios del franquismo que se
avergonzaba en las embajadas o en misiones en el exterior de la situación
española y que no veía viable un franquismo sin Franco. Eran gentes de derechas,
que, afortunadamente, creían que la
izquierda (en realidad raquítica y famélica) tenía una enorme capacidad de
movilización (política y sindical) sobre las masas. Por eso, tras la muerte de
Franco, se avinieron a negociar (López
Aguilar, Huffington Post). Con su acción, que resultó exitosa, el resto de
la derecha quedó desconcertada, se encogió y hasta protagonizó movimientos de
camuflaje durante un tiempo.
Cuando se recuperó lo hizo presentándose como una versión ‘tuneada’
(‘democrática’) del Movimiento Nacional, partido (PP), fuera del cual no existe
vida política, que tolera la existencia de la izquierda o los nacionalismos,
como mal menor (necesario tributo a la democracia inevitable), pero que no
soporta verlos ejercer el poder, para el que no los cree legitimados por sus
pecados pasados, presentes y por venir.
Una organización tal requiere un caudillo, pero mientras el
vocablo sea anatema, usa el de presidente para igual contenido, y una férrea
disciplina interna que hace mover a parlamentarios y cargos de toda índole a
golpe de consigna, en sus acciones y expresiones. Un espectáculo sorprendente y
desconocido en formaciones de derechas de nuestro entorno geopolítico.
Así que Rajoy, un hombre insignificante y mediocre, como en
realidad lo era Franco, a lo primero que aprende es a hacerse respetar, si no
puede de otra manera, con una buena administración del silencio.
1 comentario:
Mejor es callar y que sospechen de tu poca sabiduría que hablar y eliminar cualquier duda sobre ello. (Abraham Lincoln)
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