Los historiadores que en el futuro analicen la evolución del
nacionalismo en Cataluña sin duda apreciarán la incidencia que en el fenómeno
ha tenido el Barça y su triunfal andadura de los últimos años. Que el club ha
sido un catalizador de intereses políticos es una evidencia imposible de
ignorar. Tampoco se puede olvidar, como contrapunto, que el RCD Español se creó
para atraer a aficionados no nacionalistas, inmigrantes (charnegos) y que el
Real Madrid ha sido identificado con los intereses del Estado o del
centralismo. En realidad la mezcla del deporte de masas con la política no es
una novedad.
Hace casi mil quinientos años, estalló en Constantinopla una
revuelta que costó la vida a unas 30.000 personas y amenazó la del emperador
Justiniano, después de que casi le costara el trono. Había empezado en el
hipódromo donde las carreras de carros despertaban una pasión incontenible y una
enorme rivalidad entre equipos (verdes vs. azules), que, inevitablemente, se
confundían con antagonismos políticos. El deporte, convertido en espectáculo de
masas, es tentador como arma política: en el reino de las emociones
multitudinarias la manipulación es golosa y fácil.
Que en la Grecia clásica se interrumpiera la guerra para
acudir a las olimpiadas no dice nada de su apoliticismo, sino todo lo contrario
(es como si alegáramos la “tregua de Dios” como demostración de apoliticismo en
la Iglesia del Medievo). Entonces los
juegos eran una festividad religiosa y la religión una actividad importante de
la polis, ejercida por magistrados. En nuestros tiempos la Olimpiada de Berlín
de 1936 fue utilizada con descaro por el nazismo para galvanizar los
sentimientos de los alemanes hacia el régimen. La de Moscú de 1980 fue
boicoteada por los enemigos políticos de la URSS, que montaron una paralela. Son
secuelas del encuadre de los atletas por nacionalidad, para lo que nadie ha
encontrado alternativa desde que M. de Coubertin pusiera en pie el invento.
En España la Copa del Rey fue antes Copa del Caudillo, Copa
del Presidente de la República, y por último, o en principio, Copa del Rey
(Alfonso XIII). El afán politizador de las instituciones se mantuvo sin desmayo
durante más de un siglo, pero al final la manipulación política del evento se
volvió contra el manipulador, con los resultados vistos.
Importe o no la pitada al himno nacional por los hinchas del
Barça y el Athletic, lo cierto es que habrá contribuido un poco más al abismo
que se abre entre nacionalistas periféricos y el resto, para satisfacción de
aquellos. Justo lo contrario de lo que se pretendía cuando se creó el torneo y
se situó bajo patronazgo de la Jefatura del Estado. Las circunstancias
políticas cambiaron, así que también deben cambiar las instituciones. Es tan
sencillo como que la Copa del Rey pase a ser La Copa, sin patronazgo real y sin
himno.
Nunca se podrá evitar por completo la politización de
actividades ciudadanas, en principio neutrales; quizás ni siquiera sea
deseable. Pero sí es bueno que se aparte la confrontación política de
escenarios donde lo que domina son las emociones llevadas a punto de ebullición.
1 comentario:
Al final lo resumes perfectamente...
Saludos
Publicar un comentario