Es corriente negar la existencia del
neoliberalismo, sobre todo desde que en ciertos ámbitos se ha empezado a usar
peyorativamente como calificativo. Sin embargo los hechos son irrefutables.
En Agosto de 1938 un grupo de liberales
se reunió en París en un llamado Coloquio
Lippman para
debatir sobre la situación del liberalismo y sobre su futuro ‒el ambiente mundial
no era nada favorable a las ideas liberales: en Italia se había consolidado
Mussolini; en Alemania Hitler había seguido sus pasos; en España Franco se
acercaba a la victoria; en Rusia Stalin no tenía réplica; en todas partes la
gran depresión había puesto en entredicho el libre mercado‒. Los reunidos,
entre los que estaba Hayek, Mises o Rüstow, analizaron el fracaso del
liberalismo clásico y coincidieron en la necesidad de un nuevo proyecto liberal
al que acordaron llamar “neoliberalismo” y darle continuidad material con
futuros contactos. Este último deseo quedó aplazado por la guerra que estalló
al año siguiente, pero no olvidado.
Nueve años después (1947) Hayek,
vuelve a la carga con una nueva convocatoria en Mont Pelerin, Suiza, que
incluía a historiadores, filósofos o periodistas (K. Popper, Rougier, Lippman),
políticos (L. Erhard), además de economistas. Muchos de ellos repetían de la
convocatoria anterior. Se trataba de discutir el destino del liberalismo en la
teoría y en la práctica, por lo que se constituyeron como sociedad (The Mont Pelerin Society) destinada a
influir desde todas las instancias donde estaban presentes sus miembros:
universidades, medios de difusión, foros, instituciones políticas; y en todas
las ramas: el derecho, la economía, la historia… en un esfuerzo consciente por
lograr la hegemonía ideológica.
Veinticinco años después la crisis de los 70
puso en entredicho las prácticas keynesianas, que había hegemonizado la postguerra,
lo que abrió brecha para el triunfo definitivo del neoliberalismo con Fisher
inspirando el thatcherismo y Milton Friedman a Reagan o Pinochet (Chile fue un
banco de pruebas ideal porque contaba con un gobierno fuerte e incondicional,
sin contar con que buena parte de los chicago boys eran de
esa nacionalidad). A esas alturas el Banco mundial y el FMI habían asumido los
principios económicos del neoliberalismo y contribuyeron de manera decisiva a
su generalización a través de sus prácticas de ayuda, que incluían la
obligación para los beneficiarios de aplicar reformas en esa dirección.
Tres cuestiones básicas definen el
neoliberalismo:
- Revalorización del papel del Estado que liquida la idea clásica de su apartamiento de la economía (laissez faire).
- La preeminencia de los derechos del mercado sobre los derechos políticos y
- El valor preeminente, económico y moral, de lo privado sobre lo público.
El Estado es decisivo para controlar
la inflación, la política fiscal y el déficit presupuestario, todas
absolutamente decisivas para crear las condiciones en las que se mueva el
mercado con comodidad.
El segundo punto se entiende bien,
por ejemplo, con la decisión en España de constitucionalizar la atención a la
deuda (Art. 135) elevándola de la ley presupuestaria al texto constitucional y
dándole preeminencia sobre el gasto social (Zapatero), o la reforma laboral (Rajoy)
que desarma a los trabajadores en la lucha por sus derechos, ahora calificados
de simples pretensiones.
La oleada de privatizaciones desde
los años ochenta (Felipe González, Aznar) ilustra el tercer punto; pero,
además, hay un desprestigio social y moral de todo lo público y colectivo
(partidos, sindicatos, instituciones, empresas y trabajadores públicos) en
beneficio del individuo y lo privado, en el que la demagogia hace su
agosto.
Llama la atención la transversalidad
en la aplicación de las normas neoliberales con gobiernos de izquierdas o de
derechas, lo que demuestra que ha alcanzado la hegemonía ideológica (Ramonet, El pensamiento
único, 1995) por la que
luchaba desde al menos 1947. El ‘sentido común’ es ya neoliberal.
Respecto a Vargas Llosa, es
enternecedora su fe en el mercado y sus leyes. Para él están ahí antes que los
usuarios, como la gravedad, de lo que el liberalismo es sólo descubridor.
Precisamente los neoliberales han desvelado esta falacia y recuperado para el
Estado el papel de fundador, organizador y sostenedor del mercado. El discurso
clásico era bello y apolíneo, pero sólo apto para gente de ‘buena familia’, los
neoliberales lo han bajado a tierra y nos lo han suministrado en dosis
digeribles. Ya todos somos neoliberales. Quizás por eso Vargas Llosa no los
encuentra.
1 comentario:
Si Keynes levantara la cabeza...
Saludos
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