De quien se ha educado en la creencia de que unos textos
escritos hace entre dos mil setecientos y dos mil años constituyen la guía
básica e irrefutable para la humanidad en su comportamiento moral y organización
social, no puede decirse que esté al loro sobre los caminos de la sociedad
moderna y, mucho menos, esperar que los acepte alegremente. Todo ello sin entrar
a considerar el bosque de contradicciones que tales textos presentan (múltiples
autores movidos por intereses diversos y condicionados por circunstancias
variadísimas surgidas a lo largo de casi un milenio), y su imposible traslado a
la mentalidad contemporánea, cuadratura del círculo en la que se empeñan los
mil y un credos de esa raíz que pululan por el mundo. El señor Cañizares,
Arzobispo de Valencia y cardenal, se encuentra en esa tesitura.
Resulta impactante su discurso, torpemente hilvanado, sobre
los peligros apocalípticos de lo que llama ‘ideología de género’, refiriéndose
a las políticas de igualdad que vienen abriéndose camino en los últimos
tiempos. Al realizar la condena ensalza tácita, además de explícitamente, la
ideología patriarcal que la Iglesia ha defendido siempre como modelo único de
organización social, que margina dolorosamente a la mujer, y su derivado, la
heterosexualidad, como única opción aceptable, que convierte en apestados a
homosexuales, transexuales, etc. Todo ello ha venido ocurriendo desde tiempos
de Constantino (S.IV), es decir, desde que el cristianismo se convirtió en la
ideología hegemónica y desde donde no ahorró esfuerzos ni violencias para
convertirse en única.
A partir de esos tiempos la Iglesia Católica se ha venido
construyendo una cultura, que Cañizares reivindica y trata de mantener viva,
como ponen de manifiesto las imágenes, que tienen más que ver con riqueza,
prepotencia, soberbia y anquilosamiento que con los mensajes de pobreza,
humildad, templanza e intemporalidad que predica al rebaño.
Obviamente el gran patriarca Cañizares siente amenazada su
posición de privilegio por los deseos de igualdad de género y de igualdad
ciudadana que mueven a sus contemporáneos.
Sólo puedo darle la razón.
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Las imágenes son fotos oficiales del
cardenal, sedente y andante, luciendo la “capa magna” (5 m. de cola), en un acto litúrgico en Roma. Cualquier
parecido con el medievo es real.
1 comentario:
Buen artículo...
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