Zapatero |
En las repúblicas urbanas los gremios fueron protagonistas
decisivos; también en el tira y afloja de los monarcas con la nobleza, contribuyendo
a inclinar la balanza a favor de los primeros y, a la larga, a inventar los
estados modernos. Organizados pronto los estados nacionales según los
presupuestos del capitalismo liberal, percibieron enseguida al gremialismo como un factor
de retardo, por lo que en todas partes las leyes lo combatieron con mayor o
menor contundencia. La última vez que se puso de moda fue en aras del populismo
fascista (corporativismo mussoliniano o franquista) aunque como suele ocurrir
con todo populismo tenía mucho más de falaz que de apuesta sincera. En el S. XX
era ya una fórmula superada, como otras muchas que el discurrir económico había
relegado al baúl de los recuerdos. Puede atraer y alimentar sentimientos
nostálgicos o equívocas propuestas en momentos puntuales, pero ya es ceniza.
Todos los tiempos son de cambio. Los nuestros,
indudablemente, hacia la globalización. Las naciones estado, sin las que no
concebimos nuestra sociedad porque han sido creadoras y sostenedoras de los modernos
derechos de ciudadanía, se están convirtiendo en obstáculos para el proceso de
mundialización, que es progreso. Desde hace tiempo vienen proliferando
instituciones inter o supranacionales de carácter político, mercantil,
jurídico… con las que los estados, corporaciones o individuos se comprometen,
al tiempo que la revolución en la información y las comunicaciones convierten
al mundo en una ‘aldea global’. Es imposible no recordar aquí a la UE que
comenzó siendo una zona de libre cambio para evolucionar hacia un mercado común
con el objetivo último de una unión política, de momento casi sólo un nombre.
¿Qué impide que lo sea también de hecho? Las naciones estado que lo forman, que
se resisten a perder soberanía. Las fuerzas que dificultan el proceso son,
desde ese punto de vista, retardatarias, como en otro momento lo fue el
gremialismo para el capitalismo liberal que construía los estados nacionales.
CETA y TTIP son las siglas con las que se conocen dos
acuerdos, todavía negociaciones, de libre comercio entre Canadá y EE. UU.,
respectivamente, y la UE. Con ellos se pretende superar las limitaciones que
presenta la OMC,
cuyas espectaculares e interminables ‘rondas’ negociadoras han sido irresistible
reclamo para la agitación antiglobalización o antisistema (Batalla
de Seatle). Estos movimientos son multiformes y van desde la oposición
radical al capitalismo de los tradicionales enfoques comunista o anarquista a
un neolocalismo de raíz conservacionista, cuando no decrecionista, pasando por
los nacionalismos y los regionalismos, elevados a nuevos nacionalismos, muchas
veces secesionistas —ha sido el nacionalismo valón el que ha estado a punto de
hacer naufragar el CETA en su última etapa—. Todos ellos defienden posiciones
muy respetables, como en otro tiempo el gremialismo, y es de suponer, y
esperar, que la tensión entre ellos y el capitalismo liberal que promueve los
acuerdos alumbre una síntesis con la que podamos dar un nuevo salto hacia
adelante.
Desde luego, no comparto la demonización de los acuerdos, como
hacen muchas organizaciones que se autocalifican de progresistas, porque me
parece que están en la línea del futuro (globalización) y porque el comercio, o
mejor, la libertad de comercio, es garantía de entendimiento y cooperación: véase la UE y las razones de su origen, o sea, la constatación de que los últimos
conflictos, que degeneraron en mundiales, tuvieron sus causas en las
contradicciones comerciales entre las grandes potencias económicas europeas; obsérvese como la descolonización británica
ha sido, con mucho, la más pacífica y eficiente, como muestra que desembocara
en la Commonwealth (de
common, común y wealth, riqueza) porque los británicos promovieron y priorizaron el
comercio sobre cualquier otra relación con sus colonias.
1 comentario:
Excelente artículo...
Saludos
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