Todos los mensajes del gobierno apuntan a que estamos
saliendo del túnel. Se ha certificado que la luz que los augures divisan al
fondo no es la de ningún convoy que venga en sentido contrario sino la del Sol.
Todos sentimos verdadera necesidad de creerlo, sin embargo, ¡ay! junto a la presunta
luminaria aparecen síntomas inquietantes.
A saber: ya es historia la
encomienda de la ministra Báñez a la Virgen del Rocío para solucionar el
problema del paro; quedará también para los anales el recurso a la teología del
ministro Gallardón para justificar la supresión del derecho al aborto; no
hablemos de la recuperación de la religión para las aulas públicas,
protagonizada por el ministro Wert; por fin, hace sólo unos días, el ministro
Fernández (interior) pide la intercesión de Sta. Teresa, que manda mucho Allí,
dice (habrá que preguntarle quién manda aquí), para que los tiempos se vuelvan
más llevaderos. Y no me detendré en los guiños de complicidad de Camps con el
cielo en aquella sentencia memorable porque es asunto periférico...
Me temo que el túnel de que está hablando esta
tropa de esforzados en la fe no es otro que el túnel del tiempo y que la luz
del fondo nos deparará sorpresas formidables (aunque más que predecibles, brothers,
tampoco hay que dárselas de sorprendidos). Puede que desemboquemos en el concilio
de Nicea o, como muy cerca, a la vera de Torquemada. Nadie puede saberlo, pero los que vivan para contarlo podrán encomendar
su alma a algún santo o santa (en el paraíso cristiano no hay problemas de sexo,
como en otros) del extenso staff que nos ofrece la Santa Madre Iglesia. Y seguro
que no habrá que pasar por la ventanilla de Montoro, todo lo más por el cepillo
de Rouco.
Para entonces, para cuando
alcancemos la boca del túnel, estoy considerando la conveniencia de ir
elaborando mi expediente personal de limpieza de sangre que certifique mi
condición de cristiano viejo (al antiguo requisito de ausencia de moros y
judíos en la genealogía habría que agregar la de comunistas, sindicalistas,
librepensadores, homosexuales, feministas…, amén de certificados de bautismo y
demás sacramentos. Menos mal que nací en los tiempos de la España Una, Grande y
Libre, porque los tengo todos). No es que lo exijan todavía pero de aquí a nada
habrá tortas para conseguirlo, si no al tiempo; junto al certificado de
eficiencia energética del piso, el otro. ¿Para qué esperar? odio las bullas.
Otra recomendación para
cuando salgamos a la luz sería tener la mente abierta. Me refiero a que
conviene permitir que salgan de ella ideas que se colaron de rondón con este
rollo de la democracia, los derechos y demás quimeras envenenadas, a la vez que
posibilitar la entrada de aquellos otros conceptos que desechamos por obsoletos
y vergonzantes, para, una vez reciclados, convertirlos en nuevos soportes ¡Lo de
toda la vida!
Que nadie me venga con que en
Europa no van los tiros por ahí. En la escuela pública donde me formé, además
de cantar el Cara al Sol por las mañanas y de rezar a diario un padrenuestro y
algún avemaría (otros rezaban el rosario pero mi maestro no era beato, sólo
fascista) se me enseñó que cada español llevábamos dentro un monje y un soldado
y que España era la reserva espiritual de Occidente.
Pues eso.
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