1 jun 2015

Una lección (gratis) de psicopolitología

Estoy por jurarlo, el braceo de Rajoy no es el normal de un registrador de la propiedad. Un braceo corriente empieza en el hombro y se acentúa en la articulación del codo de manera que brazo y antebrazo avanzan juntos en cada paso, aunque más el antebrazo. En el caso que nos ocupa el brazo permanece inmóvil en su posición vertical, más flácido que rígido, mientras el antebrazo oscila con energía arriba y abajo. Digo que no es el de un registrador porque estoy seguro que es sobrevenido, muy probablemente desde que el sujeto comenzó a verse con opciones para el liderazgo, y si algo es Rajoy, aparte de gallego, es registrador, la política, aunque se la haya trabajado, le cae mal. Como camisa de once varas, dirían los antiguos.



Los políticos populares muestran una admiración insana por sus colegas yanquis. Aznar, por ejemplo, entró en éxtasis en Texas cuando fue invitado por Busch y se vino arriba poniendo los pies sobre la mesa y compitiendo con el anfitrión (de boquilla) en hazañas deportivas. Cuando salió de allí pocas horas después tenía, para pasmo general, acento tejano (¿Quién no recordó al Zelig de W. Allen?) A lo que íbamos, la admiración por los políticos americanos, muy dados a la exhibición de buena forma física, debe haber llevado a D. Mariano a ensayar un andar dinámico y le ha salido eso. Lo comprendo perfectamente, yo también he sido un zoquete en la coordinación por lo que el deporte y el baile siempre trabajaron en mi descrédito.

Tenía Aznar otra peculiaridad: dejaba al hablar el labio superior inquietantemente inmóvil, de manera que las palabras le salían como si no quisiera que se entendieran bien. El lenguaje corporal es traicionero. Si las palabras son difíciles de domar, no digamos los tics, los gestos espontáneos, los movimientos inconscientes. La inmovilidad del bigote de Aznar lanzaba un mensaje transparente: no estaba seguro de querer que nos enteráramos de lo que decía porque temía que se le escapara algo de lo que pensaba.

Pero ¿cómo interpretar la flacidez de los brazos y la agitación en los antebrazos de Rajoy? Tengo una hipótesis. El yo de nuestro personaje ha encarnado, por así decirlo, en sus brazos; la perplejidad que produce el conflicto entre su ello (las pulsiones que hierven en su inconsciente) y la realidad está en la causa de su inmovilidad. En cambio, el super yo, la autoimagen que se ha formado de sí mismo, que quiere proyectar y que está en las antípodas de su yo real, se ha apoderado de sus antebrazos dotándolos de un dinamismo, entre marcial, mecánico y deportivo, absolutamente inverosímil. Rajoy sería pues un ser escindido entre un yo lánguido y perezoso y un super yo crecido que se mueve por encima de sus posibilidades.

No quisiera alarmar, pero yo me lo haría mirar.