Es difícil abrir un periódico sin que pueda uno leer aquello
de que la CUP, con sus exigencias radicales, es el único partido coherente del
batiburrillo político catalán. Lo mismo podía decirse del primer Podemos. Lo
mismo se ha dicho siempre de cualquier radicalismo. Desde una proposición que
no ve más solución que hacer tabla rasa, no dejar ni las raíces, cualquier
solución que se base en el consenso, la negociación o el respeto a posiciones
no concordantes y a los caminos ya transitados, son sólo componendas, cuando no
corruptelas o traiciones. Nada más fácil que ser coherente cuando sólo se
atiende a un constructo ideológico abstracto, por mucho que sus partidarios
aleguen que nace de un análisis previo y, por supuesto, certero de la realidad.
La esencia de la política es la transacción y su muerte los
esencialismos, de cualquier orientación que sean. Tanto da el Estado nazi que
el régimen soviético (que, por cierto, literalmente significaba régimen
asambleario). La sociedad es compleja y las buenas soluciones a sus problemas,
desde la democracia, son aquellas que nacen de la negociación y atienden a los
intereses mayoritarios respetando a los minoritarios. Pero no hay pacto sin un
sistema representativo. La participación de todos los ciudadanos, la asamblea, aparte
la dificultad material de aplicación en sociedades modernas, conduce a la ‘dictadura
democrática’, como ya denunciaron los filósofos atenienses y como ha demostrado
la historia; al desprecio y marginación, cuando no persecución, de las
minorías, de los disidentes; a decisiones rígidas, sin matices; a una
lamentable falta de eficiencia por las veleidades asamblearias y la dificultad
para adaptar los proyectos a una realidad cambiante. No hay política sin cambalaches,
por usar un vocablo seguramente más del gusto de los que critico, y este trajín
negociador sólo es posible si se deja a representantes y se lleva con
discreción.
Las creencias religiosas no admiten matices. La verdad es la
que es y punto. En política, en cambio, no existe la verdad, sino la solución
menos mala. Para ella no se necesitan predicadores, sino negociadores con
cintura, mano izquierda y habilidad para no perder de vista los objetivos
básicos mientras se cede en lo accesorio. Obviamente sobran predicadores en la nueva
hornada de la extrema izquierda española. A mí que me den una izquierda
‘incoherente’ dispuesta a ceder para avanzar, aunque sea haciendo eses. Como yo
lo veo, la coherencia de estos grupos no es más que incapacidad política. Y
digo esto en el momento en que la ‘coherencia’ de la CUP es garantía de
descarrilamiento del llamado proces.
Quizás se me critique que en esta reflexión he identificado
política y democracia, y alguien dirá con razón que en la dictadura, en la
autocracia, en el despotismo, también hay política aunque no democrática.
Cierto, acepto la crítica sin rechistar. He caído en la idea de que la política
fuera de la democracia era una simple estafa.
1 comentario:
Y la coherencia puede llegar tarde....
Saludos
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