En 2014 al-Baghdadí, jefe del neonato Estado Islámico (EI), fue proclamado califa en Mosul después de 90 años de interregno desde la deposición del último de la serie turca. Los
califas fueron los sucesores de Mahoma como jefes políticos y espirituales de
la Umma, comunidad de los creyentes. Una situación prácticamente
idéntica a los papas de Roma, vicarios de Cristo y jefes de estado, más o menos
poderosos según las circunstancias, desde la desaparición del Imperio Romano.
La muerte del Profeta (632) abrió un problema sucesorio
nunca resuelto ya que Alí, su yerno, se postuló como sucesor, sin conseguirlo por
la designación sucesiva de Abú Bakr, Umar y Uthman. Lo logró al fin en cuarto
lugar, pero sólo para ser depuesto al poco por el primer Omeya y al fin
asesinado, con lo que se inició el cisma histórico entre chiíes, sunníes y
jarichíes. Estos cuatro primeros califas fueron denominados justos, perfectos u ortodoxos; sin embargo, todos ellos fueron asesinados,
salvo quizás el primero, resultado de una cruda lucha por el poder.
Desde aquellos tiempos (s. VII) siempre existió el califato:
Omeyas (hasta el 750), Abbásidas (VIII-XVI) y finalmente turcos (XVI-XX) Incluso
en algún momento se superpuso más de uno: Fatimíes de Egipto (chiíes) o
Califato de Córdoba (s. X). En 1924, después de la revolución de los Jóvenes Turcos,
Kemal Atatürk abolió definitivamente el Califato en un gesto de modernización ya
que la presencia del califa, dignidad desempeñada por los sultanes, era
incompatible con la república laica que pretendía consolidar. Ni que decir
tiene que el islam se había fracturado políticamente de manera irreversible ya
con los Omeyas, así que el poder político de los califas dependió desde
entonces del de la facción en que se apoyaba; sin embargo, siempre representaron
la unidad del Islam.
Por su parte los papas que se habían declarado depositarios
de los símbolos del Imperio (túnica blanca, manto púrpura, gorro frigio más la
diadema, que se fundieron en la tiara, etc.) acabaron por usarlos, ejerciendo el
poder político directo siempre que pudieron como propietarios de buena parte de
Italia (Estados Pontificios). Exhibieron e hicieron valer el poder temporal y
el espiritual durante siglos según convino y siempre que las circunstancias lo
permitieron. En 1871 la unificación de Italia y la adopción de Roma como
capital del Estado dejo a los pontífices sin tierras, lo que permitió a Pío IX presentarse
ante el mundo como expoliado y cautivo, aunque gozara de plena libertad. En
1929 Mussolini decidió acabar con la situación y firmó con Pío XI el Tratado de
Letrán por el que Italia cedía al papa El Vaticano, marco territorial donde los
pontífices instalaron su monarquía absoluta y teocrática.
Curiosas las lecciones de la historia: la contemporización
de Mussolini arrinconó de hecho a los papas en su mini estado desde el que
contemplan cómo la iglesia pierde influencia aceleradamente sin que las medidas
de aggiornamento logren frenarla; En
cambio la decisión radical de Atatürk no ha impedido la resurrección, también
radical, del califato en el EI, que reclama la soberanía de ash-Sham (la Siria histórica, o sea,
todo el levante mediterráneo). Su influencia de momento crece en la medida en
que Occidente se le opone.
1 comentario:
Excelente artículo...
Saludos
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