Conservo el recuerdo de cuando era niño en el pueblo –entonces casi todos teníamos un pueblo– e íbamos al cine de verano con un botijo y la silla, para ver indefectiblemente una folclórica o una de vaqueros. Las cosas han cambiado mucho, pienso yo que casi todo para bien –ni los que disfrutan echando pestes de la situación presente estarían dispuestos a regresar al supuesto paraíso–; pero la denodada lucha diplomática del gobierno español por conseguir sentarse en la reunión del G20 en Washington me ha hecho añorar la funcionalidad de la silla bajo el brazo.
Hay como una maldición para España con los ges. Los hay de todas las tallas: 4, 7, 8, 12, 20, pero ninguna es la nuestra. En esta del G20 sólo vamos a entrar gracias al hábil manejo del calzador por parte de nuestro vecino Sarkozy. Somos un país de quiero y no puedo y lo que muchos hacen con naturalidad todos los días, sentarse en cualquiera de esos corrillos, a nosotros nos cuesta Dios y ayuda, si es que lo conseguimos. Por eso tenemos unas ganas irresistibles de estar allí, me temo, no porque tengamos algo que decir que los demás se callen o no sepan.
Tanto ajetreo acaba despertando unas expectativas que luego es dificilísimo satisfacer. Por ejemplo, es muy probable que la reunión no sea decisiva, no se puede olvidar que la convoca un presidente, cuya gestión es responsable del origen de la catástrofe y que está en trance de abandonar la Casa Blanca; Además las decisiones a tomar espero que no sean ocurrencias de unos u otros, sino resultado del estudio de equipos de expertos, que necesitarán su tiempo, que requerirán puestas en común, etc. Muy probablemente habrá otras reuniones posteriores. Para entonces Francia habrá abandonado la presidencia europea y nuestra silla se habrá volatilizado. ¿Seguiremos entonces con la lucha? A mí me parece muy cansado y poco práctico. Si lo que tenemos que decir es tan importante el esfuerzo diplomático podría hacerse para buscar a alguien que asuma nuestras propuestas. Pero ¿realmente tenemos un programa diferenciado que deba conocer el Mundo, o simplemente buscamos una foto que oponer a la de las Azores?
De acuerdo, esta silla es más bonita y lucida que aquella del archipiélago atlántico, pero me da que el esfuerzo por conseguirla tiene exactamente la misma motivación que tuvo Aznar en su día, con el plus añadido de poder restregarla por las narices de los que blandieron aquella como un exitazo de nuestra política exterior. Bueno, quizás el presidente Zapatero esté en su derecho, pero me da grima que este arduo trajín no sea para obtener mejores frutos.
Ojalá fuera verano, tuviera un botijo y una silla plegable a mano y un cine al aire libre al alcance. Me encantaría una de vaqueros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario