En la mitología invernal de Islandia hay trece hombrecillos, los jólasveinar, que habitan las montañas pero que en Diciembre visitan a los islandeses no con muy buenas intenciones, como revelan sus nombres: Lamecucharones, Lamecazos, Tragayogures, Robachorizos, Huelepuertas, Miraventanas, etc. Molestos personajes que en los últimos tiempos se han transmutado en benéficos, encargados de traer regalos a los niños por la Navidad, aunque a veces les gasten bromas pesadas como sustituir los obsequios por patatas podridas si no han sido buenos chicos. Un cambio consecuencia de la modernización y uniformización de las costumbres. Pero los islandeses, en su aggiornamento, quisieron ir más allá y trataron de sustituir a estos seres un tanto rústicos por otros de más lustre internacional: como la magia en las finanzas estaba de rabiosa actualidad, sacando millones de dólares de la nada con solo el poder de algún ensalmo fácil de aprender, optaron por ese camino, el que les marcaba el Merlín de turno, la especulación financiera. Ahora si que habría regalos para todos.
A partir del 2000 el gobierno islandés privatizó todos los bancos de la isla que hasta entonces habían llevado una vida anodina sirviendo sin gloria y poco provecho a las necesidades financieras de los 300.000 ciudadanos del país, por supuesto con las bendiciones del FMI. Los nuevos banqueros, formados en la banca europea –aunque, por lo que se ha visto después, quizás no con muy buenas notas–, comenzaron aprovechando la ventaja que suponía tener unos tipos de interés altos –por tener alta la inflación– para tomar prestado en otras monedas y prestar a su vez en coronas islandesas. La fiesta había comenzado. La llegada de capital exterior fue creciente, buscando las altas rentabilidades; todo ello generaba más inflación y como consecuencia subida de los tipos y más beneficios. Hubo agoreros, pero ¿por qué parar si la fiesta estaba en su apogeo? No sólo inversores privados de toda Europa, sino incluso entidades públicas británicas sintieron la llamada irresistible de la música y desde ayuntamientos a equipos de futbol, pasando por entidades estatales decidieron rentabilizar sus fondos de capital, obtenidos de impuestos o de aportaciones personales de sus socios o miembros, en la isla de los milagros. Los activos de los bancos islandeses crecieron hasta diez veces el PIB (¡1000%!), con la particularidad de que la mayor parte era deuda; es lo que en su jerga llaman los economistas apalancamiento, inversión con fondos prestados.
Hasta a Merlín el mago le estaban vedadas algunas acciones y esto había llegado demasiado lejos –sorprendentemente el FMI decía aún el 7 del 2008: “La economía islandesa es prospera y flexible”– y cuando por efecto de la crisis financiera general los bancos de Islandia encontraron cerrado el acceso a nuevos créditos, todo el tinglado se vino abajo. El gobierno nacionalizó a los bancos incapaces de hacer frente a sus obligaciones, pero asumiendo, como es natural una deuda que supera seis veces el PIB. Como tampoco el Estado islandés puede hacer frente a una carga tan desproporcionada para sus capacidades, ha entrado en bancarrota. El gobierno, anda ahora mendigando prestamos en los vecinos nórdicos, en Rusia y en el FMI, y los islandeses, ya sin Merlín, tendrán que conformarse con su Robachorizos de toda la vida. Puede que salgan ganando.
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IMAGEN: Robachorizos (Bjúgnakrækir)
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