30 dic 2008

Afganistán, un cuento de ogros.

Tenemos ya asumido que no solo no nos marchamos de Afganistán, sino que incluso es probable que aumentemos nuestra presencia allí. Desde el Gobierno nos vienen preparando para el suceso como si se tratara de algo inevitable, mucho más desde que el triunfador de las elecciones USA fuera Obama. Es evidente que Zapatero no quiere que haya obstáculos para recuperar el buen rollo en las relaciones con la gran potencia; sin embargo no se nos dice esto, sino la consabida cantinela de que hay que combatir el terrorismo internacional y la inhumanidad del régimen talibán. Pamplinas, como muestro a continuación.
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A nadie importó nunca la situación de las mujeres en Afganistán –no importa en otros países musulmanes asiáticos, árabes o africanos, pero aliados– hasta que fracasaron las buenas relaciones, iniciadas por Reagan con los talibanes en 1983, cuando se enfrentaban a la URSS, y luego en el poder desde 1992. Para preparar a la opinión pública ante una posible intervención, se desató una campaña informativa, en marcha ya antes de los atentados del 11 S, que nos mostró crudamente los horrores del régimen islámico –los españoles deberíamos saber de esto porque igual se hizo con nosotros, sólo que con más falsedades, para preparar la guerra de Cuba en 1898*. Respecto al terrorismo, ya nadie habla de Ben Laden, no sabemos si está vivo o muerto; pero, si vive, la opinión generalizada es que se esconde en Pakistán, no en Afganistán. De hecho un despliegue militar de la OTAN, como el que existe, no parece justificado por la búsqueda, fallida ya, de ese personaje, o de no se sabe qué organizaciones terroristas.

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¿Cuáles son los auténticos intereses? Es evidente que la posición del país es sumamente estratégica, ya durante la expansión colonial conservó su independencia gracias a que sirvió de estado tapón entre los imperios británico y ruso, en expansión, y el turco en descomposición. Hoy tiene fronteras con China, gran potencia emergente, Pakistán, aliado de EE.UU., pero de gran inestabilidad, Irán, aspirante a gran potencia regional e islámica, y varias de las repúblicas centroasiáticas de la antigua URSS, con ingentes reservas de petróleo y gas, en las que Rusia intenta recuperar su influencia, China empieza a penetrar, la India aspira a una terminal de gasoducto y occidente –USA y un mare mágnum de empresas energéticas– cree que necesita controlar.

Las reservas de gas halladas en Turkmenistán son ingentes, las de petróleo en toda la zona insuperables y ahora se une el uranio de Kazastán y el oro de Kirguizistán. El problema es que, si se quiere evitar a Rusia, la única salida es Afganistán. Ya en el 83 hubo negociaciones con los talibanes para la construcción de un gasoducto, fracasadas. Después de la invasión, tras el 11 S., se ha recuperado el proyecto de la obra, que nacería en Turkmenistán atravesaría Afganistán y alcanzaría Pakistán donde se dividiría hacía la India y hacía un puerto del Oeste. La cuestión urge porque Rusia empieza a recuperar posiciones y presiona a sus antiguas repúblicas para que expulsen a USA –Tratado de Shanghai (China, Rusia, repúblicas centroasiáticas y Pakistán e India como observadores)–, la India ha alcanzado ya un acuerdo con Turkmenistán para suministro de gas y China ha construido un gasoducto propio para su abastecimiento.

¿Alguien duda que con la administración Obama Afganistán será objetivo fundamental? ¿No ha pedido ya más implicación de sus aliados? Seguramente el gobierno Zapatero tiene poco margen de maniobra si no quiere quedar descolgado de sus aliados naturales. Nadie le pide imposibles, sólo que nos consideren mayores de edad y nos cuenten la verdad en lugar de fantásticos cuentos de hadas y ogros.

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* El Magnate de la prensa W. R. Hearst lanzó una campaña informativa contra la actuación de España en la isla que ha pasado a la historia del periodismo como modelo de manipulación de la opinión pública, movida por intereses comerciales, pero que hizo posible la intervención militar de EE.UU.

26 dic 2008

El Calendario Republicano

Completaré mi anterior entrada, que era una crítica al collage, que llamamos calendario gregoriano, con la descripción del intento más hermoso, poético y ajustado a la razón de secuenciar el tiempo astronómico de cuantos han existido: el calendario republicano.
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En 1793 la Convención Nacional (I República) encargó a Charles-Gilbert Romme, introductor del culto a la Razón y responsable del Comité de Instrucción Pública, la elaboración de un calendario que rompiera con los vínculos que el gregoriano mantenía con la Iglesia y estuviera basado en la razón. Para ello se contó con matemáticos como Lagrange –padre del Sistema Métrico Decimal, cuya implantación también se debe a la Convención– y Monge; poetas como d’Églantine, responsable de los hermosos nombres de sus elementos, pintores, etc. El resultado de los trabajos fue aprobado por la Convención en octubre de 1794.

Constaba de 12 meses de 30 días, más cinco de fiesta (seis los años bisiestos) que se agregaban a final del verano, que también lo era del año (días de la Virtud, del Saber, del Trabajo, de la Razón, de la Gratitud y de la Revolución). Cada mes constaba de tres décadas, periodos de 10 días (la base del sistema de numeración y del Sistema Métrico es el 10): Prímidi, Dúodi, Tridi, Quártidi, Quíntidi, etc., el décimo, Décadi, era de fiesta. Los nombres de los meses respondían a la naturaleza y las tareas agrícolas: Vendimiario, Frimario, Brumario, Nivoso, Pluvioso, Ventoso, Germinal, Floreal, Pradial, Mesidor, Termidor y Fructidor, que, como se ve, cambian los sufijos en función de la estación. El año comenzaba el 1 de Vendimiario (22 de octubre), equinoccio de otoño y día en que se proclamó la República, con lo que se situaba en un acontecimiento astronómico relevante y se adaptaba mejor el año a las tareas agrícolas, docentes y otros ciclos de la vida corriente; si hacemos abstracción de las fiestas de fin de año tenemos mayor sensación de empezar un ciclo al final del verano, que al final de otoño.

El sistema de corrección de los bisiestos, que fue la gran innovación de la reforma gregoriana, es más preciso y simple ya que sólo acumula un día de error cada 40000 años en lugar de los 3226 del gregoriano, a base de suprimir un bisiesto cada 128 años e introducir el 0 en el cómputo de los años.

Más preciso, más racional, más funcional, sin interferencias de ninguna religión y hasta con evidente toque poético, el calendario republicano se muestra como una de las grandes reformas de la Convención: Sistema Métrico Decimal, que superaba el caos imperante con la enorme variedad de unidades y sistemas distintos en cada comarca; laicidad del Estado y supresión de los cultos públicos, que liberaban a la sociedad de la tutela de cualquier iglesia; nueva división territorial en Departamentos que introducía la racionalidad y la funcionalidad rompiendo el mosaico caótico heredado del feudalismo –en España la división provincial es su heredera y tan acertada que ha perdurado hasta nuestros días.

El nuevo calendario funcionó bien en Francia, pero surgieron dificultades al mantenerse el gregoriano en el resto de Europa. Ya bajo Napoleón un senadoconsulto de 22 de fructidor del año XIII (9 de septiembre de 1805) decretó que fuese abandonado en el 10 de nivoso del XIV (31 de diciembre de 1805) y sustituido por el gregoriano el 1 de enero de 1806.

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IMAGEN: La Marianne de Jean-Marie Poisson

21 dic 2008

¿Sabe Dios matemáticas?

La medida del tiempo es cuestión fundamental. Ricos o pobres, el tiempo es el mayor tesoro del que disponemos o carecemos unos y otros, con independencia de nuestro poder, inteligencia o riqueza. ¿Cómo no medirlo, secuenciarlo, contarlo…? Por otra parte, las actividades humanas (la caza, la agricultura, la pesca, la ganadería, la navegación…) necesitan del conocimiento de las regularidades astronómicas que producen el día y la noche, las estaciones, las mareas, etc. El resultado es el calendario, o mejor dicho, los calendarios. La naturaleza nos proporciona tres ciclos principales: la rotación de la tierra sobre sí misma, que define la duración de los días; la rotación de la Luna alrededor de la Tierra, que define los días lunares; la rotación de la Tierra alrededor del Sol, que define el año.
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El primer problema surge del hecho de que el año solar –giro de la Tierra alrededor del Sol– tiene una duración de de 365 días, 5 h, 48 m, 45,96768…s. Imposible obtener fracciones regulares de semejante cifra. Los ciclos lunares –el calendario judío y el musulmán se basan en él– tienen además el problema de que por ser más corto el año lunar (354 días) las estaciones no ocupan en él el mismo lugar de un año para otro. Los meses son una fracción muy utilizada, bien porque su duración es más o menos un ciclo lunar, bien porque los sistemas sexagesimales y duodecimales se utilizaron ya en Babilonia para medir el tiempo y el círculo; el mes tiene en torno a 30 días en todos los calendarios. La semana es más problemática; está muy arraigada en las tres grandes religiones monoteístas, pero no parece tener más fundamento que el relato del Génesis y el valor mágico que se ha atribuido al siete tantas veces. Los romanos no la utilizaron hasta la difusión del cristianismo.
La infancia de nuestro calendario comienza con el de la antigua Roma –que a su vez derivaba del griego (lunisolar) y éste del babilonio (lunar)–, reformado por Numa Pompilio (S. VII a.C.) que lo convirtió en un calendario solar con doce meses lunares. Era tan imperfecto y los desajustes que produjo tan notorios que en el 46 a C., Julio Cesar –Sosígenes en realidad– lo reformó de nuevo introduciendo los bisiestos y agregando ese año, llamado de la confusión, noventa días adicionales para corregir el desfase.

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Se había ganado precisión, pero no la perfección. En la época del papa Gregorio XIII (S: XVI) se había adelantado diez días. Gregorio encargó a Clavius (astrónomo jesuita) una nueva reforma. Se suprimieron los diez días sobrantes –del 5 de octubre se pasó al 14, lo que produjo altercados porque el populacho creyó que le arrebataban días de vida– y se ajustó el sistema de los bisiestos para lograr una mayor precisión. La Iglesia Ortodoxa no aceptó la reforma –la Revolución de Octubre se produjo en noviembre–, hasta que Lenin deshiciera el entuerto en Rusia. Éste es nuestro actual calendario, llamado gregoriano, impreciso y resultado de un batiburrillo de elementos fundidos a lo largo de siglos: comienza un día (1 de enero) sin la mínima relevancia astronómica, los meses son irregulares, las semanas no encajan en los meses, los días de la semana y del mes varían de un año a otro, y eso por no hablar de las fiestas (Pascua de Resurrección, por ejemplo) que bailan dentro del año porque proceden del calendario lunisolar judío.

De hecho se trata de un asunto complejo, el calendario es siempre un desafío a la inteligencia humana; por eso se ha dicho al respecto, con razón, que Dios, si existe, o tiene sentido del humor, o no sabe matemáticas.
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ILUSTRACIONES: 1. Movimiento aparente del Sol; 2. el papa Gregorio.

18 dic 2008

Bendito Euro

Diez años después de que las monedas nacionales europeas se convirtieran en fracciones del Euro y éste en la moneda única, se ve abocado a la prueba de fuego sobre su viabilidad: la recesión. En el momento de su implantación, Milton Friedman, premio Nobel de economía y uno de los padres del neoliberalismo hoy en ruinas, respondió con cierta retranca a preguntas de los periodistas sobre el futuro del Euro, asegurando que se vería cuando Europa se enfrentara a una recesión. Ya estamos en ella, precisamente por la debacle causada en América por los que siguieron sus tesis ultraliberales, y el Euro se ha convertido en la moneda de referencia porque su salud, al menos de momento, no ha sido afectada en modo alguno.


La peseta sufrió en los últimos años de su historia el ataque de la especulación, muy especialmente en los años noventa, lo que colocó a la moneda y a la economía española en general en situaciones muy difíciles. Los periodos de crisis fueron los más propicios para tales acciones (1973, 1992). La debilidad de nuestra anterior divisa en momentos difíciles derivaba de la economía que la sustentaba, pero como se está viendo en el momento actual ni las grandes potencias escapan a estas situaciones de crisis, conservando la fortaleza de sus monedas.

La FED (Reserva federal), el equivalente americano al BCE en el caso de Europa o al Banco de España en el caso de nuestro país, se ha quedado sin margen de maniobra al rebajar el precio del dinero al 0%, ya sólo le queda el recurso a poner en marcha la máquina de fabricar billetes, tosco procedimiento de reactivación, como es sabido, de nefastas consecuencias; es evidente que la moneda americana no está en su mejor momento. En el Reino Unido las dificultades económicas han afectado gravemente a la Libra, y la situación de ésta empieza a ser un lastre para la recuperación. Otros países de menor entidad, no protegidos por el euro, pasan dificultades enormes: Islandia, técnicamente en bancarrota, ha visto hundirse su moneda a la vez que su envidiable bienestar económico. Lituania, Hungría, hasta Dinamarca, tienen problemas que se están atajando incluso con la intervención en última estancia del FMI.
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En las gráficas anteriores se puede ver la evolución de la relación del euro con la libra y el dólar, en ambos casos es apreciable el fortalecimiento de la moneda europea o, lo que es lo mismo el debilitamiento relativo del dólar y la libra.

No sabemos que nos depará el futuro inmediato a este respecto, pero podemos intuir de lo que hemos escapado por haber logrado la integración en la moneda europea en el momento en que lo hicimos. Los españoles, y todos los europeos, lo reconozcan o no, tenemos motivos para felicitarnos por la construcción de la Unión Europea.

13 dic 2008

Navidad y año nuevo

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Necesitamos de los ritos como del comer. Las sociedades humanas se mantienen por la necesidad que siente el hombre, desde sus orígenes, de actuar en colaboración con otros de su especie para su mantenimiento y seguridad. Tan importante es esta necesidad que no basta con sentirla, es necesario reforzar los lazos de cooperación, blindarlos, elevarlos a la categoría de lo trascendente; de aquí nace el rito. Todo ritual tiene como función el mantenimiento o reforzamiento de determinadas relaciones sociales. Las fiestas, de cualquier tipo que sean, no son sólo una válvula que libere el estrés laboral, permitan la expresión de nuestra alegría o de sentimientos religiosos (que también), son ante todo un ritual encaminado a reforzar nuestro sentimiento de grupo, la necesidad de sentirnos integrados en un colectivo.

En esto no somos diferentes a muchas especies animales que forman grupos familiares o asociaciones más amplias; pero sí en el hecho de poder reflexionar sobre la cuestión. La capacidad de reflexión nos ha permitido a lo largo de nuestra historia como especie relativizar y controlar impulsos instintivos, lo que nos ha ido diferenciando de los demás seres del reino animal.

Pero la historia no se detiene y afecta a las relaciones sociales en su conjunto, así que los ritos vinculados a ellas cambian, desaparecen o adquieren con el tiempo nuevos significados. Las fiestas de Navidad no pueden ser una excepción. En sus orígenes se trataba de los ritos vinculados al solsticio de invierno –el Sol alcanza su punto más bajo en el horizonte y empieza a elevarse de nuevo–; los romanos lo llamaban día del Sol victorioso (dia solis invictus) y celebraban en él el nacimiento de Júpiter, identificado con el astro rey. Era una fiesta de renovación de un ciclo (muerte-resurrección), que tanta fuerza tienen en las sociedades agrarias.
La Iglesia (tal y como hizo con muchos ritos paganos) cristianizó la fiesta sustituyendo a Júpiter por Cristo. Ahora bien, el cristianismo tenía su fiesta de renovación cíclica en la Pascua (muerte y resurrección de Cristo), así que la Navidad perdió este sentido y fue paulatinamente decantándose por la exaltación de los vínculos familiares, especialmente desde que el estilo de vida burgués y su modelo de familia fue imponiéndose. Como la familia ha ido difuminando sus perfiles en los últimos tiempos, la fiesta familiar por excelencia, que es la Navidad, empieza a parecernos ñoña y se transforma a toda velocidad. Hoy, en consonancia con la sociedad de consumo en la que nos vemos envueltos, parece, más que nada, una exaltación del mercado; es un ritual de consumo desaforado, utilizando los elementos que siempre tuvo, la comida familiar y los regalos, como instrumento de su nueva finalidad.

El complemento de la Navidad son las fiestas de año nuevo. Por una de tantas de las incongruencias de nuestro calendario el año empieza días después del solsticio, el primero de enero, sin ninguna justificación astronómica. En una sociedad cada vez más laica la fiesta de renovación se ha trasladado a ese día (la Pascua tiene hoy un carácter estrictamente religioso y, por tanto, limitado). Con la proximidad del nuevo año nos cargamos de nuevos propósitos, hacemos balance del pasado y propósito de la enmienda para un futuro que siempre deseamos e imaginamos mejor.

Como yo formo parte del grupo, como cualquiera, y no quiero ser un excluido, participo en el rito y os deseo todo cúmulo de felicidades.

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Tomé prestada la imagen de alguien de la Red

10 dic 2008

Jóvenes airados

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Es un clásico que los viejos nos quejemos de la juventud: ¿a dónde vamos a parar? Pero no es un tópico menor que se la justifique por la falta de oportunidades, por la competitividad en el mercado de trabajo, por el coste de la vivienda…

Hace unos días escribía Almudena Grandes en El País (Flores de luna) a propósito de un documental, que no conozco, cómo el sueño de los emigrantes que se instalaban en el Pozo del Tío Raimundo, allá por los 50 y 60, que iban a clase después del trabajo para aprender a leer a los 40 años, se ha materializado en unos nietos que abandonan la escuela 7 de cada 10 antes de terminar el ciclo obligatorio, que desprecian a los inmigrantes de hoy y están de acuerdo con la pena de muerte.

En varias ciudades griegas se ha desatado una ola de violencia y destrucción, que asemeja situaciones de guerra, protagonizadas por jóvenes iracundos, al parecer movidos por el deseo de vengar la muerte de un chico de quince años a manos de la policía. La magnitud de las acciones reduce a puro sainete aquel afán destructor de nuestro peculiar Atila de los 80, el Cojo Mantecas, con su habilísima minucia artesanal en la demolición del mobiliario urbano. Aun teniendo en cuenta el protagonismo de las revueltas juveniles en la conquista de la democracia en Grecia, que las ha mitificado de algún modo, cuesta comprender la persistencia en la violencia extrema de estos vándalos post-adolescentes. Su ira parece venir de lejos y haber anidado profundamente en sus tiernos corazones. Sí, son jóvenes airados; como los que abundan en nuestro país o en otros entornos de nuevos ricos.

Jóvenes airados ¿por qué? ¿No es ésta la generación a la que nunca faltó el pan en su mesa? ¿No son ellos los que, por primera vez en la historia, tuvieron asiento en la escuela, todos sin discriminación? ¿No han sido tratados por una sanidad pública que universalizó sus servicios? ¿No han disfrutado de una libertad, en todos los sentidos, que las generaciones anteriores ni siquiera pudieron soñar? ¿No han tenido una capacidad de compra que para sí hubieran querido muchos padres de familia en tiempos de sus abuelos?

Veamos, en otro tiempo, lo que más se parecía a los jóvenes de hoy eran los estudiantes, pero los estudiantes eran una minoría en aquella sociedad y, además, pertenecían a las clases medias y altas y, por tanto, con un porvenir casi asegurado. El resto simplemente no tenía juventud, pasaban de la infancia, corta, por cierto, a las responsabilidades de la edad adulta. En los países ricos de hoy se ha universalizado un tramo de edad, cada vez más largo, de formación, sin cargas laborales; es decir, se ha generalizado la juventud, que ha dejado de ser un privilegio. Son cambios sociales que tardan en ser digeridos y que, de momento, pueden producir infelicidad, porque el paso a la adultez genera miedos, incertidumbres y situaciones de inseguridad. Estos jóvenes de que hablamos son más infelices que los de generaciones anteriores, aunque su grado de bienestar social sea infinitamente mayor. Su infelicidad genera la actitud violenta, pero su situación objetiva provoca la incomprensión de sus mayores.

Quizás estemos cambiando cosas demasiado deprisa.

7 dic 2008

Treinta años después

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El primer artículo de la constitución republicana de 1931 comenzaba diciendo: España es una República de trabajadores de toda clase. Como no podía ser de otro modo tal afirmación fue objeto de mofa en multitud de ocasiones; sin embargo, es un buen indicio de los principios que la animaban. Poco más adelante, en el artículo sexto, se dice que España renuncia a la guerra como instrumento de la política nacional; pero la República agonizó ocho años después al concluir un conflicto bélico devastador y fratricida, sin que los gobiernos republicanos se hubieran declarado nunca oficialmente en guerra, quizás por no entrar en contradicción con el principio constitucional. La Constitución del 78, de la que celebramos el trigésimo aniversario, abunda en formulaciones semejantes, como aquel artículo (47) que establece, como uno de los principios rectores de la política social y económica, el derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada y la obligación de los poderes públicos de tomar las medidas necesarias para impedir la especulación del suelo; lo que conviene recordar ahora porque hemos pasado más de una década de feroz especulación sobre la vivienda sin que hayamos podido detectar un esfuerzo proporcionado por parte de los sucesivos gobiernos para impedirlo.

La constitución americana (EE.UU.), la primera constitución democrática y la más vieja del Mundo, porque aún está vigente, tiene sólo siete artículos, cinco páginas en su texto manuscrito original, contando las firmas de los constituyentes –la española 169 artículos, más las disposiciones adicionales y transitorias, 160 páginas en la edición impresa que conservo–. El Reino Unido cuenta con el sistema parlamentario más antiguo de occidente, lo que equivale a decir del Mundo, que fue evolucionando hacia una democracia, incuestionable ya hace más de un siglo, sin haber abatido a la monarquía ni redactado nunca un texto constitucional. Es claro que la nuestra es una cultura constitucional, y jurídica, muy diferente, que se emparenta con las del resto del continente: constituciones prolijas que se suceden con reiteración. Detallar hasta los principios rectores de las políticas de los gobiernos tiene como consecuencia que queden obsoletas o que sean inadmisibles para determinadas opciones ideológicas. Si nuestra constitución actual ha sobrevivido a la ola de liberalismo extremo que hemos sufrido hasta hoy mismo, es, simplemente, porque se la ha ignorado. Los principios en los que se basa no cuadran con esa ideología, como se deduce con claridad meridiana ya del Artículo 1 en el Título Preliminar[i].

El famoso consenso no fue tan amplio como se dice, sólo incluyó a la derecha reformista, el centro izquierda y parte del nacionalismo. Si tenemos además en cuenta que la derecha española se identificaba más con las políticas sociales –aunque sólo fuera por el afán intervencionista y el paternalismo social de la dictadura– que con el liberalismo, es explicable el escoramiento del texto hacia lo social. Pero tan pronto la realidad –Unión Europea y política hegemónica en el Mundo– planteó dificultades nadie dudó en torcer el brazo a la Constitución. Al fin y al cabo existía el precedente del proceso autonómico: el famoso Título VIII, tan polémico que produjo la deserción de la derecha, fue sistemáticamente forzado por la demagogia a la que sucumbieron prácticamente todos los partidos. En realidad la duración, tan celebrada, del texto constitucional tiene más que ver con su ninguneo que con sus virtudes presuntamente derivadas del consenso.

Treinta años después mi opción no es la sustitución, ni siquiera la reforma (aunque abomino del artículo en que cita a la Iglesia Católica), sino simple y llanamente su cumplimiento, que no es poco.


[i] España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho…

3 dic 2008

El eclipse

La casualidad tiene a veces golpes de genialidad. Hoy, después de que ayer publicara un post sobre los mayas (Escritura maya y piromanía eclesiástica), he hallado en un blog que visito con frecuencia, Descontexto, un relato del escritor guatemalteco Augusto Monterroso titulado El Eclipse. Lo reproduzco como epílogo impensado e inmerecido, pero, desde luego, oportunísimo de mi entrada de ayer.
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“Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.


Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

–Si me matáis –les dijo– puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.”
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ILUSTRACIÓN: sacerdote con ornamentos litúrgicos del códice de Dresde.

2 dic 2008

Escritura maya y piromanía eclesiástica

"Usaban también esta gente de ciertos caracteres o letras con las cuales escribían en sus libros sus cosas antiguas y sus ciencias, y con ellas y figuras y algunas señales en las figuras, entendían sus cosas y las daban a entender y las enseñaban. Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del Demonio, se los quemamos todos, lo cual sentían a maravilla y les daba pena."
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Con estas escuetas, crueles y elocuentes palabras narra Fray Diego de Landa, obispo de Yucatán, uno de los actos más atroces en el programa de aculturación que aplicó sin vacilar la Iglesia en la conquista y colonización de América, el auto de fe de 1562 en Maní, en el que él mismo ordenó la quema y destrucción de gran cantidad de códices mayas que contenían una buena parte de los logros culturales de una de las más refinadas civilizaciones de América. El celo incinerador, tan querido por nuestra Santa Madre Iglesia, fue continuado por otros clérigos hasta mediado el siglo siguiente, en el que tuvo lugar el último acto en Guatemala. No es que entonces se decidiera rectificar, es que ya no quedaba qué quemar. La destrucción fue tan completa -la eficiencia de la Iglesia en tales tareas es inigualable- que sólo se salvaron de la hoguera tres códices que hoy se encuentran en Madrid, París y Dresde. En época reciente ha aparecido un cuartodenominado Grolier que presenta dudas de autenticidad.

Los códices son verdaderos libros (largas hojas que se plegaban como un acordeón), fabricados en un papel que se obtenía de las cortezas de algunos ficus y que tenía mayor consistencia que el papiro. Contenían imágenes y texto en una escritura que hasta hace poco se consideraba ideográfica, como los jeroglíficos egipcios; sin embargo muy recientemente se ha descubierto que era un sistema mixto, básicamente silábico, lo que está permitiendo descifrar los códices existentes y los textos grabados en piedra, madera o en cerámica, ya que aún sobreviven algunas de las lenguas en que fueron escritos.

Lo curioso es que el propio Fray Diego de Landa, ya en su madurez, quizás impulsado por la mala conciencia de lo que había hecho, se dedicó al estudio de la cultura maya y hasta compuso una tabla con la equivalencia en nuestro alfabeto de los glifos (signos) mayas. Su obra, Relación de las cosas de Yucatán, se perdió, hasta que en el XIX se encontrara una copia en la Real Academia de Bellas Artes de Madrid. De cualquier forma, su aportación cayó en el olvido pues entonces se tenía la idea de que la escritura era de carácter ideográfico, se pensó que el obispo había errado. Hace tan sólo un par de décadas los esfuerzos de los investigadores empezaron a dar fruto y curiosamente Diego de Landa y su trabajo se convirtieron en una especie de Champolión y de piedra de Rosetta, aunque en tono menor.

El episodio muestra en una misma persona las dos caras que la Iglesia ha mostrado a lo largo de la historia: el lado oscuro del fanatismo y la intolerancia que genera crimen y destrucción; y el lado luminoso, como creadora y transmisora de cultura. El problema es que la segunda no compensa a la primera.

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ILUSTRACIÓN: Un tzib (escriba maya) en la tarea de escribir en un códice.

Una página con gran información sobre la escritura maya es la de FAMSI (Fundación para el Avance de los Estudios Mesoamericanos. Inc)

1 dic 2008

Guillermo de Okham

· Las épocas de crisis –en el sentido de mutación de los procesos históricos– son fértiles en personalidades excepcionales o, al menos, los que poseen rasgos de genialidad, tienen mayores oportunidades de que brille su genio. Es el caso del S.XIII-XIV y Guillermo de Ockham, uno de los sabios responsables del advenimiento de la modernidad.

Umberto Eco lo retrata en el protagonista de El nombre de la Rosa, Guillermo de Baskerville, con una multitud de sus rasgos biográficos e intelectuales, presentándolo como un fraile franciscano que acude a un monasterio de los Alpes, llamado por el Papa para discutir una acusación de herejía que recaía sobre un sector de franciscanos. Envuelto en una sucesión de crímenes y en el debate teológico , el protagonista actúa como lo hiciera Ockham, haciendo gala de un método científico y una concepción del mundo modernos, pero chocantes para sus contemporáneos.

En efecto, el movimiento franciscano trajo una auténtica revolución a la Iglesia y, por tanto, a la intelectualidad medieval. Francisco de Asís y sus seguidores pusieron de nuevo en valor a la naturaleza, en contra del habitual desprecio que desde hacía siglos sufría por parte del pensamiento religioso oficial, que la asimilaba a lo demoniaco y al pecado –los frailes, al contrario que los monjes, buscaban vivir en el mundo, no apartarse de él–. Podemos considerar esta aproximación a la realidad como una metáfora de la formación del pensamiento de Ockham. La especulación metafísica que desde Platón y Aristóteles hasta Sto. Tomás se centra en los universales es rechazada por el fraile franciscano que los reduce a una cuestión de lenguaje y considera que lo único real es lo individual y concreto, y de su observación y análisis nacen la filosofía y la ciencia, que se liberan así de la metafísica y de la teología, negadas por Guillermo. De ello se desprende que el intento tomista de casar fe y razón –vías para demostrar la existencia de Dios mediante la razón– es inútil; sólo con la fe se puede alcanzar el conocimiento divino.

Pero sólo con la observación se alcanza el conocimiento del mundo natural, de ahí la importancia del método. Su aportación a la epistemología científica es la formulación del principio de preferencia de lo más sencillo sobre lo más complejo, tal y como se comporta la naturaleza. Método cargado de consecuencias, que conocemos como la navaja de Ockham, sistemáticamente utilizado, junto con la inducción, por la ciencia contemporánea, desde la economía a las matemáticas.

Derivación de su pensamiento filosófico y de sus avatares biográficos –investigado por la inquisición acusó a su vez al papa Juan XXII de herejía y se vio obligado a buscar la protección del emperador en Alemania, aprovechando la confrontación Papado-Imperio– es su pensamiento político que reclama la separación de lo espiritual y lo temporal, el Papa y el Emperador, la Iglesia y el Estado.

Empirismo, agnosticismo y secularización son los tres rasgos esenciales del pensamiento de Ockham, que pasan con fluidez al pensamiento humanista del Renacimiento y de los que alardeamos en la actualidad como grandes conquistas del mundo contemporáneo.

En una síntesis tan apretada es difícil exponer pensamientos y procesos complejos sin alterarlos quizás en exceso, pero espero haber expuesto con suficiente fidelidad y claridad el carácter moderno de este pensador nacido nada menos que en el siglo XIII. Umberto Eco no resistió su fascinación y lo convirtió en héroe de su relato; el éxito de la novela y después de la película, que protagonizo Sean Conery, es un reconocimiento de la actualidad de su pensamiento y de su actitud vital.