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A nadie importó nunca la situación de las mujeres en Afganistán –no importa en otros países musulmanes asiáticos, árabes o africanos, pero aliados– hasta que fracasaron las buenas relaciones, iniciadas por Reagan con los talibanes en 1983, cuando se enfrentaban a la URSS, y luego en el poder desde 1992. Para preparar a la opinión pública ante una posible intervención, se desató una campaña informativa, en marcha ya antes de los atentados del 11 S, que nos mostró crudamente los horrores del régimen islámico –los españoles deberíamos saber de esto porque igual se hizo con nosotros, sólo que con más falsedades, para preparar la guerra de Cuba en 1898*. Respecto al terrorismo, ya nadie habla de Ben Laden, no sabemos si está vivo o muerto; pero, si vive, la opinión generalizada es que se esconde en Pakistán, no en Afganistán. De hecho un despliegue militar de la OTAN, como el que existe, no parece justificado por la búsqueda, fallida ya, de ese personaje, o de no se sabe qué organizaciones terroristas.
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¿Cuáles son los auténticos intereses? Es evidente que la posición del país es sumamente estratégica, ya durante la expansión colonial conservó su independencia gracias a que sirvió de estado tapón entre los imperios británico y ruso, en expansión, y el turco en descomposición. Hoy tiene fronteras con China, gran potencia emergente, Pakistán, aliado de EE.UU., pero de gran inestabilidad, Irán, aspirante a gran potencia regional e islámica, y varias de las repúblicas centroasiáticas de la antigua URSS, con ingentes reservas de petróleo y gas, en las que Rusia intenta recuperar su influencia, China empieza a penetrar, la India aspira a una terminal de gasoducto y occidente –USA y un mare mágnum de empresas energéticas– cree que necesita controlar.
Las reservas de gas halladas en Turkmenistán son ingentes, las de petróleo en toda la zona insuperables y ahora se une el uranio de Kazastán y el oro de Kirguizistán. El problema es que, si se quiere evitar a Rusia, la única salida es Afganistán. Ya en el 83 hubo negociaciones con los talibanes para la construcción de un gasoducto, fracasadas. Después de la invasión, tras el 11 S., se ha recuperado el proyecto de la obra, que nacería en Turkmenistán atravesaría Afganistán y alcanzaría Pakistán donde se dividiría hacía la India y hacía un puerto del Oeste. La cuestión urge porque Rusia empieza a recuperar posiciones y presiona a sus antiguas repúblicas para que expulsen a USA –Tratado de Shanghai (China, Rusia, repúblicas centroasiáticas y Pakistán e India como observadores)–, la India ha alcanzado ya un acuerdo con Turkmenistán para suministro de gas y China ha construido un gasoducto propio para su abastecimiento.
¿Alguien duda que con la administración Obama Afganistán será objetivo fundamental? ¿No ha pedido ya más implicación de sus aliados? Seguramente el gobierno Zapatero tiene poco margen de maniobra si no quiere quedar descolgado de sus aliados naturales. Nadie le pide imposibles, sólo que nos consideren mayores de edad y nos cuenten la verdad en lugar de fantásticos cuentos de hadas y ogros.
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* El Magnate de la prensa W. R. Hearst lanzó una campaña informativa contra la actuación de España en la isla que ha pasado a la historia del periodismo como modelo de manipulación de la opinión pública, movida por intereses comerciales, pero que hizo posible la intervención militar de EE.UU.
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El primer problema surge del hecho de que el año solar –giro de la Tierra alrededor del Sol– tiene una duración de de 365 días, 5 h, 48 m, 45,96768…s. Imposible obtener fracciones regulares de semejante cifra. Los ciclos lunares –el calendario judío y el musulmán se basan en él– tienen además el problema de que por ser más corto el año lunar (354 días) las estaciones no ocupan en él el mismo lugar de un año para otro. Los meses son una fracción muy utilizada, bien porque su duración es más o menos un ciclo lunar, bien porque los sistemas sexagesimales y duodecimales se utilizaron ya en Babilonia para medir el tiempo y el círculo; el mes tiene en torno a 30 días en todos los calendarios. La semana es más problemática; está muy arraigada en las tres grandes religiones monoteístas, pero no parece tener más fundamento que el relato del Génesis y el valor mágico que se ha atribuido al siete tantas veces. Los romanos no la utilizaron hasta la difusión del cristianismo.






Con estas escuetas, crueles y elocuentes palabras narra Fray Diego de Landa, obispo de Yucatán, uno de los actos más atroces en el programa de aculturación que aplicó sin vacilar la Iglesia en la conquista y colonización de América, el auto de fe de 1562 en Maní, en el que él mismo ordenó la quema y destrucción de gran cantidad de códices mayas que contenían una buena parte de los logros culturales de una de las más refinadas civilizaciones de América. El celo incinerador, tan querido por nuestra Santa Madre Iglesia, fue continuado por otros clérigos hasta mediado el siglo siguiente, en el que tuvo lugar el último acto en Guatemala. No es que entonces se decidiera rectificar, es que ya no quedaba qué quemar. La destrucción fue tan completa -la eficiencia de la Iglesia en tales tareas es inigualable- que sólo se salvaron de la hoguera tres códices que hoy se encuentran en Madrid, París y Dresde. En época reciente ha aparecido un cuartodenominado Grolier que presenta dudas de autenticidad.
Las épocas de crisis –en el sentido de mutación de los procesos históricos– son fértiles en personalidades excepcionales o, al menos, los que poseen rasgos de genialidad, tienen mayores oportunidades de que brille su genio. Es el caso del S.XIII-XIV y Guillermo de Ockham, uno de los sabios responsables del advenimiento de la modernidad.