
Umberto Eco lo retrata en el protagonista de El nombre de la Rosa, Guillermo de Baskerville, con una multitud de sus rasgos biográficos e intelectuales, presentándolo como un fraile franciscano que acude a un monasterio de los Alpes, llamado por el Papa para discutir una acusación de herejía que recaía sobre un sector de franciscanos. Envuelto en una sucesión de crímenes y en el debate teológico , el protagonista actúa como lo hiciera Ockham, haciendo gala de un método científico y una concepción del mundo modernos, pero chocantes para sus contemporáneos.
En efecto, el movimiento franciscano trajo una auténtica revolución a la Iglesia y, por tanto, a la intelectualidad medieval. Francisco de Asís y sus seguidores pusieron de nuevo en valor a la naturaleza, en contra del habitual desprecio que desde hacía siglos sufría por parte del pensamiento religioso oficial, que la asimilaba a lo demoniaco y al pecado –los frailes, al contrario que los monjes, buscaban vivir en el mundo, no apartarse de él–. Podemos considerar esta aproximación a la realidad como una metáfora de la formación del pensamiento de Ockham. La especulación metafísica que desde Platón y Aristóteles hasta Sto. Tomás se centra en los universales es rechazada por el fraile franciscano que los reduce a una cuestión de lenguaje y considera que lo único real es lo individual y concreto, y de su observación y análisis nacen la filosofía y la ciencia, que se liberan así de la metafísica y de la teología, negadas por Guillermo. De ello se desprende que el intento tomista de casar fe y razón –vías para demostrar la existencia de Dios mediante la razón– es inútil; sólo con la fe se puede alcanzar el conocimiento divino.
Pero sólo con la observación se alcanza el conocimiento del mundo natural, de ahí la importancia del método. Su aportación a la epistemología científica es la formulación del principio de preferencia de lo más sencillo sobre lo más complejo, tal y como se comporta la naturaleza. Método cargado de consecuencias, que conocemos como la navaja de Ockham, sistemáticamente utilizado, junto con la inducción, por la ciencia contemporánea, desde la economía a las matemáticas.
Derivación de su pensamiento filosófico y de sus avatares biográficos –investigado por la inquisición acusó a su vez al papa Juan XXII de herejía y se vio obligado a buscar la protección del emperador en Alemania, aprovechando la confrontación Papado-Imperio– es su pensamiento político que reclama la separación de lo espiritual y lo temporal, el Papa y el Emperador, la Iglesia y el Estado.
Empirismo, agnosticismo y secularización son los tres rasgos esenciales del pensamiento de Ockham, que pasan con fluidez al pensamiento humanista del Renacimiento y de los que alardeamos en la actualidad como grandes conquistas del mundo contemporáneo.
En una síntesis tan apretada es difícil exponer pensamientos y procesos complejos sin alterarlos quizás en exceso, pero espero haber expuesto con suficiente fidelidad y claridad el carácter moderno de este pensador nacido nada menos que en el siglo XIII. Umberto Eco no resistió su fascinación y lo convirtió en héroe de su relato; el éxito de la novela y después de la película, que protagonizo Sean Conery, es un reconocimiento de la actualidad de su pensamiento y de su actitud vital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario