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Los códices son verdaderos libros (largas hojas que se plegaban como un acordeón), fabricados en un papel que se obtenía de las cortezas de algunos ficus y que tenía mayor consistencia que el papiro. Contenían imágenes y texto en una escritura que hasta hace poco se consideraba ideográfica, como los jeroglíficos egipcios; sin embargo muy recientemente se ha descubierto que era un sistema mixto, básicamente silábico, lo que está permitiendo descifrar los códices existentes y los textos grabados en piedra, madera o en cerámica, ya que aún sobreviven algunas de las lenguas en que fueron escritos.
Lo curioso es que el propio Fray Diego de Landa, ya en su madurez, quizás impulsado por la mala conciencia de lo que había hecho, se dedicó al estudio de la cultura maya y hasta compuso una tabla con la equivalencia en nuestro alfabeto de los glifos (signos) mayas. Su obra, Relación de las cosas de Yucatán, se perdió, hasta que en el XIX se encontrara una copia en la Real Academia de Bellas Artes de Madrid. De cualquier forma, su aportación cayó en el olvido pues entonces se tenía la idea de que la escritura era de carácter ideográfico, se pensó que el obispo había errado. Hace tan sólo un par de décadas los esfuerzos de los investigadores empezaron a dar fruto y curiosamente Diego de Landa y su trabajo se convirtieron en una especie de Champolión y de piedra de Rosetta, aunque en tono menor.
El episodio muestra en una misma persona las dos caras que la Iglesia ha mostrado a lo largo de la historia: el lado oscuro del fanatismo y la intolerancia que genera crimen y destrucción; y el lado luminoso, como creadora y transmisora de cultura. El problema es que la segunda no compensa a la primera.
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ILUSTRACIÓN: Un tzib (escriba maya) en la tarea de escribir en un códice.
Una página con gran información sobre la escritura maya es la de FAMSI (Fundación para el Avance de los Estudios Mesoamericanos. Inc)
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