Existe una tablilla de cerámica en la que un escriba,
aficionado a darle al magín, grabó con su punzón de caña sobre la arcilla
blanda, imprimiendo con habilidad los caracteres cuneiformes precisos, la idea
de que el mundo estaba ya saturado de novedades y que a ese paso no quedaría
nada que inventar en su futuro próximo. Era más o menos el año 3000 a.n.e., es
decir, hace 5000 años. Éste tatarabuelo filósofo que escribía sobre sus
rodillas sentado en el suelo en algún lugar del delta de los dos ríos con
hardware tan rudimentario estaba estresado por los cambios que había tenido que
afrontar en su vida y el vértigo lo ganaba. También creíamos que el estrés era
cosa nuestra, pero ca, no habíamos leído las tablillas de barro de hace 50
siglos.
A mitad de tiempo entre esa fecha y el presente (hace 2500)
el redactor del Eclesiastés nos legaba un pensamiento complementario «no hay
nada nuevo bajo el Sol, cada cosa de la que dicen: mira esto es nuevo, resulta que ya fue». La profecía del
mesopotámico se había cumplido. Habrá que concluir que desde unas decenas de
siglos atrás no hacemos otra cosa que dar vueltas a lo mismo. Pudiera ser que
un Pablo Iglesias con sandalias atadas a las pantorrillas anduviera por el Foro
romano incordiando a los patricios, la casta, con la amenaza de volver a antes
del 78 (antes de C., se entiende). De hecho, consultando la Wikipedia me
encuentro con que en tiempos de Maricastaña (195 a.n.e.), más o menos, hubo una
movida feminista en Roma (no me atrevo a decir que la primera, visto el Eclesiastés)
protestando una ley (Lex Oppia) que
impedía a las mujeres lucir oro, ropas de colorines y conducir carruajes. Lograron
su retirada y lo celebraron con una vistosa procesión que es como antes
llamaban a las manifestaciones. Lo habían conseguido pese a la feroz oposición
del carca de la época Marco Porcio Catón (Catón el Viejo),
que, de todas formas, poco tiempo después logró colar otra ley (Lex Voconia) que impedía que recayera en
las mujeres mucha riqueza, por herencias u otros medios, con la excusa de que
eran unas manirrotas. Seguro que el fuerte movimiento feminista también se la
tiró a la basura, me diréis. Pues no. Resulta que entretenidas con los trapos
de colores y las joyas que ahora podían lucir, les pasó desapercibida. El mismo
Catón escribió un libro (De Agri), un
bestseller en el mundillo terrateniente de la época en el que entre otros
consejos proponía a los propietarios que se deshicieran de los esclavos (un
traductor enrollao hubiera puesto
currantes) viejos o enfermos para optimizar la productividad de la explotación.
Hoy estaría impartiendo docencia en alguna prestigiosa escuela empresarial. No
me extrañaría que éste haya sido libro de cabecera de Fátima Báñez, campeona de
la reforma laboral y de la señora Oriol, expresidenta del círculo de
empresarios, que hace poco alertaba de los peligros (económicos) de contratar
mujeres en edad de procrear, con lo que las aspirantes al curro con
posibilidades quedarían reducidas, digo yo, a las menopáusicas y a las que
muestren ligadura de trompas.
En fin, dejo de escribir y me pongo de nuevo con el
Eclesiastés que necesito estar al día.
2 comentarios:
Eso es estar al día....
Saludos
Muy bueno, me he reído más que con los chistes del Forges. Lo más curioso del caso es que hoy sigue habiendo gente que piensa como el filósofo cuneiforme: ya está todo inventado. O como el Espíritu Santo cuando escribía el Eclesiastés: No hay nada nuevo bajo el Sol. Confío en que, al menos el Espíritu Santo se haya actualizado y piense ahora que "hay gente pa tó" y hasta para inventar cosas nuevas, como el tinto con gaseosa, un poner...
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