Alegoría del siglo XX. 1901 |
Se ha dicho del XX que ha sido
el siglo más sangriento de la historia, hasta el punto de que en algunos textos
se hace referencia a él como la era de la
violencia. Las dos conflagraciones mundiales, que son en realidad partes de
una sóla dividida por una tregua de veinte años, más el largo periodo de guerra fría, con conflictos periféricos
y la amenaza atómica, justifican esa visión. La invención de la guerra total más la
irrupción de la nueva industria y sus métodos en las prácticas bélicas y en la neutralización de minorías le han dado
ese aspecto siniestro. Nunca la humanidad fue más eficiente en la destrucción:
los romanos emplearon todo un ejército y tardaron semanas en destruir Cartago,
pasar a cuchillo a su población, esclavizar a los pocos supervivientes y
sembrar sus campos de sal; los americanos lograron un efecto más radical sobre
Hirosima en segundos, empleando tan solo la tripulación de un bombardero común.
Sin embargo, los aspectos
positivos que oponer a los anteriores no son ni mucho menos despreciables. En
los avances científicos el siglo no tiene nada que envidiar a ninguno de los
tres anteriores, los más brillantes de la humanidad, y en la tecnología los
supera con mucho. En sus albores la democracia se reducía a la América
anglosajona y a un rincón de la Europa occidental, en las postrimerías se había
globalizado y su prestigio incontestable hacía que hasta los regímenes que la
negaban de hecho (nadie lo hace ya de palabra) utilizaran camuflajes
pseudodemocráticos. Incluso se realizó un intento, parcialmente exitoso, de
llevar la democracia y el derecho a las relaciones internacionales (Sociedad de
Naciones, ONU), que ya no sólo no parece tener marcha atrás sino que continúa progresando.
Si la democracia se puede ver como la cristalización de los ideales de la
revolución burguesa (libertad e igualdad), que naciera a finales del XVIII, la
revolución social que triunfó en Europa oriental (1917) y amenazó durante
varias generaciones al Occidente y sus
aledaños engendró las políticas de bienestar que los Estados, por primera vez
en la historia, consideraron su obligación, al ser incorporadas en mayor o
menor medida por todas las opciones políticas. La globalización, en gestación
desde la época de los grandes descubrimientos geográficos (España fue
protagonista principal), ha madurado como concepto precisamente en estas fechas
y hemos comenzado ya a saborear sus frutos, agridulces de momento. El
conocimiento del Mundo y sus límites ha producido a su vez una conciencia
conservacionista y de respeto a la naturaleza, perdida desde los tiempos de las
revoluciones agrícola e industrial, cuyos frutos esperamos que se vean en el
presente siglo, pese a los nubarrones que aún lo impiden.
Aunque en nuestra memoria aún
prevalece su lado oscuro, es muy posible que el siglo XX pase a la historia
como aquel en que se produjo un gran salto hacia adelante en el progreso de la
humanidad. Seguramente el último en la hegemonía de Occidente, pero en el que
se sentaron las bases de una convivencia más fraternal y en el que nacieron o
se consolidaron muchos de los principios que guiarán al mundo en el futuro: una
nueva relación con el medio; una globalización auténtica y completa; la
asunción global de los derechos sociales y económicos… y todo ello con un
dominio del conocimiento científico y de la tecnología nunca vistos y que
provocarán cambios sustanciales en lo material y en lo intelectual.
Precisamente lo que tiene de más
irritante la presente crisis, aparte los dramas personales, es que supone un
frenazo y la amenaza de una regresión en este caminar que se había descontado
ya, pese a la irrefrenable afición del género humano por los mensajes pesimistas
sobre el futuro.